Mi Kabbala – Tamuz 13 – viernes 19 de julio del 2024.
¿Hablar?
El Texto de Textos nos revela en Génesis 2:20, “Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él”.
Fuimos creados por la Palabra del Creador, lo que significa que cada letra, consonante y término como signo nos reproduce un significado, incluso un valor desde nuestra imaginación, la cual regularmente mal usamos. Esto nos invita a darle a nuestro lenguaje el verdadero poder que tiene, hasta otorgarle esa importancia trascendente que, con su debido alcance, debe guiar nuestros pensamientos y vidas, dándole a todas esas expresiones dicho sentido, ya que de ellas se derivan las posibilidades de recrearnos en toda la obra creadora, מַעֲשֶׂה, maaseh, de nuestro Padre Celestial.
El Creador dijo y formó todo en lo que nos reconocemos con su Palabra, por lo que cada letra contiene esa fuerza divina que materializa nuestras vivencias. Por ejemplo, la letra Pe, פ o ף, décima séptima del alfabeto fenicio y hebreo, contiene esa fuerza divina que materializa nuestras vivencias, y dicho signo se adhiere al concepto de Verbo para reflejar cómo desde el silencio fuimos forjados. Esto nos invita más a callar que a hablar. Quizá por ello el ojo ve y la boca expresa, postura que nos lleva a vislumbrar en esa sensibilidad perceptiva de Ayin, ojo, más que un órgano físico, la posibilidad de recrearnos en esas imágenes celestiales para llenar nuestro vacío al nutrirnos de esa palabra creadora.
Ante la confusión de nuestras lenguas, el castellano tomó la pe, como P o F, obviando estos significados. Mas nuestra boca pronuncia dicho signo, ignorando incluso que Pi, Π, π, en griego como número infinito, refuerza todas estas visiones. Esto hace que dicha P, para la gematría con su equivalente cirílico y sus valores numéricos 80, פ, o 88, ף, nos indique con sus correspondencias, sin importar el idioma, que dicho símbolo nos llama a una apertura, la cual nos proyecta a sabernos parte integral de un todo, de la Creación, en donde nos veamos como hijos del Creador, rescatados por nuestro redentor y Señor Jesucristo.
Todas las palabras nos comunican e integran, y al sumarse sus silencios, nos revelan esos misterios o secretos en donde deberíamos reconocernos como partes de una Creación que se comunica con nosotros a través de ese todo. Aunque no logremos explicar esto con nuestro lenguaje, más en nuestra boca, פֶּה, peh, reposa ese aliento de vida que nos anima y alimenta, indicándonos a través de todos esos intercambios que estamos en Él y Él en nosotros, y que a cada instante nos reencontramos en esa su narración, gracias a esa puerta estrecha de nuestra boca que nos da acceso incluso a exteriorizarnos.
Quizá, como a Isaías, necesitemos que nuestros labios se sellen con fuego y que nuestra boca no solo se mantenga mojada, para intentar purificar y refrenar esa lengua indómita que encuentra en los dientes otra barrera. Siendo ella el instrumento que, aunque reproduce palabras, debe ser controlada si comprendemos su poder: a imagen y semejanza del Creador, del Verbo divino, para que sea la palabra creadora quien nos libere de este mundo de las formas que, disfrazadas de imágenes audibles, nos reflejan una realidad que, aunque contiene el ideal de belleza y esperanza divina, nos proyecta otro tipo de alucinaciones donde no parece primar su influencia moral.
El Texto de Textos nos revela en Santiago 3:2, “todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuerpo”.
Oremos para que nuestras palabras recreen los mensajes del Creador.