
Mi Parashá – Génesis 10:13
La tierra de Egipto tiene una enorme simbología en nuestra historia actual como humanidad. Los descendientes de Mitzrayim (Egipto), (מִצְרַיִם), cuyo valor numérico es 380, nos transmiten la idea de “presión” o “limitación”, un espacio en el que no solo ocurrió la esclavitud de los israelitas, sino que también nos proyecta hacia todas esas “limitaciones” o pruebas que enfrentamos en la vida.
Ludim (לוּדִים), con un valor numérico de 90, nos conecta con la palabra “מים” (mayim), que significa “agua”, símbolo de vida, flujo y purificación en la tradición judía. Esto puede simbolizarnos esa influencia fluida o purificadora, la misma que, trasladada al río Nilo, impregnó las creencias de este pueblo con confusiones y distorsiones desde la perspectiva de sus deidades.
Anamim (עֲנָמִים), con un valor numérico de 210, hace referencia a la duración del exilio en Egipto según algunas tradiciones, un período que a su vez representa la preparación que debemos asumir diariamente para poder descubrir ese crecimiento integral que, a menudo, clasificamos erróneamente como adversidad, cuando quizá es un llamado a dar lo mejor de nosotros.
Lehabim (לְהָבִים), con un valor de 87, se asocia a la palabra “זאב” (ze’ev), que significa “lobo”, llevándonos a la idea de un carácter más feroz en quienes proceden de este linaje. Sin embargo, para otras lecturas, el mismo término simboliza protección, por lo que cada quien, desde su propia perspectiva, puede revisar qué aspectos de dicha información prevalecen más en sus vivencias.
Naftujim (נַפְתּוּחִים), con un valor de 548, nos habla de expansión o apertura, derivada de la raíz “פתח” (patach), que significa “abrir”. Esta idea nos invita a reflexionar sobre los diferentes aspectos de nuestras experiencias humanas, que a menudo proyectamos como pruebas, pero que podrían reconsiderarse como desafíos para el crecimiento.
Al examinar cada signo lingüístico, podemos encontrar respuestas que en algunos momentos identificamos como debilidades, pero que quizá se puedan convertir en cualidades, entendiendo que todas nuestras experiencias son necesarias para superar lo que en algunos momentos calificamos como limitaciones.
Se trata, en todo caso, de cualificarnos, sabiendo que todo lo que fluye contiene elementos de purificación; que la mal llamada adversidad contiene las herramientas para nuestro crecimiento; y que cuando nos defendemos o protegemos de algo, estamos vislumbrando una futura apertura que forma parte de esa movilidad que transforma constantemente nuestro ser.
Es importante aprovechar los diferentes aspectos de nuestra personalidad, valorando cada una de las circunstancias que se nos presentan para crecer. Al superar obstáculos, descubrimos esas potencialidades internas. Nuestra labor es desarrollar esas capacidades y habilidades diversas, que como cualidades se convierten en las herramientas idóneas para enfrentar y superar esos límites que nos guían hacia la trascendencia.