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Mi Parashá – Génesis 1:15

Cuando nuestro Señor Jesucristo se presentó como la Luz del mundo, no solo hablaba de su señorío en el contexto de “Meorot” (Lumbreras), sino también en “Ha’aretz” (La Tierra), donde reinará eternamente. Sus manifestaciones iluminan tanto el mundo físico como el espiritual, siendo las lumbreras del firmamento señales de su existencia.

No debemos perder de vista que “Ha’aretz” (la tierra) es un escenario receptor de Su luz, y en este mundo, Su luz debe ser manifestada y revelada. La tierra, como receptáculo, recibe las vibraciones de Su palabra, como Verbo, y esa sabiduría debe iluminar nuestro entendimiento para que nuestros conocimientos no sigan siendo parte de la oscuridad, el caos, el desorden, la desinformación, la ignorancia y ese universo inconsciente en el que no logramos coordinar plenamente nuestra voluntad.

Al ser receptivos a Su sabiduría y guía, nuestras vidas serán dirigidas hacia el propósito espiritual. En la gematría, “Meorot” (מְאוֹרוֹת), al sumar 247, número que se descompone en 2+4+7=13, nos remite a la unidad del Creador, representada por la palabra “Ejad” (אחד), que significa “uno”. Este concepto se integra al de

“Ha’aretz” (הָאָרֶץ) y su valor gemátrico de 296 (ה = 5, א = 1, ר = 200, ץ = 90), que nos habla de estabilidad y de cómo esta estructura la creación, fundamento sobre el cual se desarrolla la vida física y espiritual. Es un espacio en donde la voluntad divina se materializa, denotándonos un orden que, sin embargo, a veces no queremos asimilar.

Por esta razón, sus preceptos y mandatos nos llaman a ser receptivos a la luz y a su sabiduría. Incluso las lumbreras que iluminan la tierra, como guías, nos señalan con sus destellos que somos parte de un propósito superior. Esto implica que nuestra mente oscura, como vasija, debe iluminarse con esas chispas de luz divinas, proyectadas como imaginarios que nos llevan a tomar decisiones sabias y a actuar de manera coherente con dicha perspectiva espiritual.

Todo tiene una estructura y un propósito en esta creación. Ese marco sólido, basado en los principios bíblicos, es el que nos permite recibir y manifestar la luz divina de manera más efectiva, creando un entorno propicio para el crecimiento espiritual y la realización de nuestro propósito en la tierra.

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