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Mi Parashá – Génesis 5:2

Cada punto, línea, signo lingüístico, letra, palabra y expresión que se encuentra en la Biblia tiene un significado profundo y místico que, sin embargo, nos cuesta entender por querer hacer lecturas e interpretaciones sesgadas en donde, como Caín o Lamec, buscamos bendiciones materiales, en vez de atender a Enoc y recibir de Su gracia, esa que nos dio la vida y todo lo que ella significa.

Gratitud que no manifestamos regularmente y que desde Adán “אָדָם” nos ha llevado, como humanidad casi en su totalidad, a seguir de espaldas a Él, a despreciarle, encontrando cualquier cantidad de excusas y justificaciones egoístas para ello. Quizá por eso nuestras propias vivencias, desde la primera gran división frente a la fragmentación divina como varón (זָכָר) y hembra (נְקֵבָה), nos han mantenido en una disputa de dos fuerzas que, siendo complementarias, visionamos como opuestas.

Obviando que, desde el día en que fuimos creados “בְּיוֹם הִבָּרְאָם”, dicha dualidad se proyectó como la unificación de toda la humanidad, hermandad que nos obliga a revisar esos signos que realmente son señales de comunicación por parte de Él. Así que Adán “אָדָם”, con valor numérico de 45 (א=1, ד=4, מ=40), nos lleva a descomponer estas letras en pro de obtener mejores significados, en donde el 45 nos posibilita, al hacer sinónimos con otras expresiones, que el cuestionamiento “מה” (Ma), que significa “¿Qué?” en hebreo, nos lleve a obviar tantas inquietudes y confiar plenamente en Él como Creador y Padre.

Esencia dudosa y quejosa que, fruto del pecado, confundimos con nuestra naturaleza, la cual como varones “זָכָר” (Zakar, 227) y “נְקֵבָה” (Nekeva, hembras, 157), nos habla más bien de dos valores que deben representar la complementariedad y la armonía, la cual se gestó desde la creación humana en el mismo momento en que ambas partes coexistieron juntas.

Al profundizar en la comprensión de cada una de estas señales divinas y sus mensajes, asumiéndonos como una entidad completa y unificada, partes de Él, a pesar de percibirnos como partes separadas de ese todo, producto de la aparente dualidad que suponemos percibir en lo exterior, debemos reconocer desde nuestro ser interior la verdadera fuerza y bendición que significamos para la búsqueda de esa unión y equilibrio universal.

Buscar esa armonía cotidianamente implica construir con esa pareja una unidad, una familia que nos denote que nuestros propios géneros nos llaman a revisar y equilibrar nuestras propias dualidades internas, trabajando arduamente de la mano con ese otro ser, gracias al amor, para integrar y equilibrar todas nuestras facetas, búsquedas y desafíos.”

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