
Mi Parashá – Génesis 6:7
Existen leyes, un orden con el cual el mismo Creador fundamentó y estructuró nuestra realidad, la cual de alguna forma se representa en las Sefirot y que nos permite conocerlo a través de sus manifestaciones. Esto significa que la decisión divina de erradicar la corrupción que se había propagado en la tierra ya formaba parte del Plan, por lo que cuando Él dijo, “וַיֹּאמֶר יְהוָה” (Vayomer YHWH), ו (Vav) = 6, י (Yod) = 10, א (Alef) = 1, מ (Mem) = 40, ר (Resh) = 200, י (Yod) = 10, ה (He) = 5, ו (Vav) = 6, ה (He) = 5, a través de ese mandato que la gematría simboliza con el número 283, sumó a su narración la necesidad de un juicio que, como declaración divina, fuese el resultado de nuestra desobediencia.
Su intención no es borrar a la humanidad debido a la corrupción desenfrenada, como algunos suponen, sino a aquellos que ya están tan contaminados que han perdido ese fluir con su misericordia, teniendo que ajustarse a sus mandatos.
Somos frutos de su Palabra, vibración que mueve el universo y a la cual estamos conectados, aunque a un ritmo distinto al suyo. Quizá por ello, hasta nuestro diafragma, a través de cada toma de aire, nos reitera que Él es quien nos da su hálito de vida, por lo cual ese número 283, al descomponerse en 2 + 8 + 3 = 13, se asocia con las palabras “אחד” (Echad, “Uno”) y “אהבה” (Ahavah, “Amor”), reiterándonos que, incluso en medio de un juicio severo, hay una intención de restaurar la unidad y el amor divino en la creación.
Y aunque no somos dignos siquiera de existir, Él, por su gracia, nos creó y está dispuesto a guiarnos. Pero, fruto de no respetar Su voluntad y Su orden, debemos someternos a momentos de juicio y corrección en nuestras vidas, donde nos realineamos con los principios de unidad y amor que son fundamentales para nuestro bienestar espiritual.
La expresión: “אֶמְחֶה אֶת־הָאָדָם אֲשֶׁר־בָּרָאתִי” (Emche et-ha’adam asher bara’ti) – “Borraré al hombre que he creado”, al sumar sus letras de acuerdo a la gematría a un valor de 1618, nos ofrece otra perspectiva sobre lo que significa ese juicio severo que, como ruptura con la relación entre Él y nosotros, hace que no asociemos esa expresión a la espiritualidad, a pesar de que la cifra nos recuerda que Él está en ese día de descanso (Shabat) en su plenitud, esperándonos.
Por lo tanto, el fin de este ciclo es simplemente el comienzo de otro, marcado por la purificación y la renovación que significaría el diluvio, el mismo que en su trasfondo nos lleva, como creyentes, a entender la razón del bautismo, sumergiéndose Él en el Jordán para que finalicemos esos ciclos en nuestras propias vidas que nos atan a lo material y corrupto de este mundo, para llevarnos al surgimiento de lo nuevo y puro.
Dicho arrepentimiento, “כִּי נִחַמְתִּי כִּי עֲשִׂיתִם” (Ki nihamti ki asitim), realmente nos habla de que, a pesar de nuestra dualidad y erradas decisiones, se creó una bifurcación en nuestro camino, donde pudiéramos tomar la mejor elección, poniendo fin a esa corrupción para dar paso a la restauración de la pureza y la verdad.
Proceso que lo llevó a humanarse por nosotros para ser el sustituto de nuestros pecados, invitándonos así a que nuestras decisiones fueran medidas para evitar las consecuencias de estas, acogiéndonos a ese arrepentimiento que nos ofrece por gracia y fe la oportunidad de elegir un nuevo camino que esté más alineado con la verdad y la justicia.
Esto no quiere decir que no existirá un juicio divino, en el que se debe erradicar la corrupción, pero ahora tendremos un juez, ya que Su ser está impregnado de un deseo de restaurar la unidad y el amor en la creación, propósito final que, aunque implica la necesidad de eliminar lo corrupto, esto se hace para permitir el surgimiento de lo puro y nuevo en nuestras vidas.