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Parashá – Génesis 7:16

El concepto de carne, “בשר” (basar), como muchos otros, no solo representa aspectos materiales, sino también espirituales de la existencia humana. Aunque no podemos separar la carne de su aspecto material ligado a nuestro cuerpo, así como al alma del concepto espiritual, está claro que visualizarla a través de sus necesidades y satisfactores nos ayuda a comprender que ella, como vehículo, contribuye a nuestra supervivencia.

Considerar la carne como algo negativo o inferior es incoherente, ya que como vehículo del alma, el cuerpo actúa y cumple su propósito en el mundo material, recibiendo la carne la vida de la sangre, lo que significa que se purifica a través de esta. Esto, llevado a nuestro campo reflexivo, nos habla de purificarnos mediante acciones justas, pensamientos positivos y el cumplimiento de los mandamientos (mitzvot).

La palabra carne, “בשר” (basar), tiene un valor gemátrico de 502 (ב = 2, ש = 300, ר = 200), asociado con conceptos de revelación y la manifestación de lo espiritual en lo físico. Este número, al descomponerse en 5 + 0 + 2 = 7, vuelve a hablarnos de la completitud y el ciclo de la creación, sugiriéndonos que la carne, aunque es física y material, tiene el potencial de ser santificada y transformada en un vehículo para lo divino.

Siendo entonces la sangre como el agua que fluye por nuestro ser, la que le da a esta parte esencial del ser humano la capacidad de ser integrada y, a la vez, purificada, tenemos la oportunidad, a través de esta, de realizar acciones que reflejen la voluntad divina y de participar en la elevación del mundo material.

La carne simboliza nuestras luchas entre lo espiritual y lo material, recordándonos nuevamente la importancia de equilibrar nuestras necesidades físicas con nuestra búsqueda espiritual, reconociendo que ambas dimensiones son necesarias para una vida plena y significativa.

La carne, que vestimos en algunos casos de lino y en otros de lana, aunque no falta quien quiera combinar estos dos materiales, nos invita a comprender que nuestras ofrendas no deben ser como las de Caín, agrícolas, sino como las de Abel, de pastoreo, ya que es desde ese modelo que el Creador nos recuerda cuál es nuestra única forma de redención.

El chukat (ley sin razón aparente), como ya lo analizamos, es casi imposible de entender desde nuestra lógica humana, ya que poco atendemos lo que simboliza la sangre “דָּם” (dam) como elemento esencial que conecta la vida física con la espiritual, representando tanto la vitalidad como la esencia del ser.

La sangre es portadora de la vida, ya que contiene la nefesh, el alma animal como la fuerza vital que anima el cuerpo, siendo un vehículo para la vida espiritual y la energía vital, teniendo el poder de purificar y expiar los pecados, lo que subraya su papel como medio de conexión entre lo humano y lo divino.

La sangre es símbolo de pasión, energía y fuerza, y representa además la naturaleza instintiva y emocional del ser humano, esa que puede ser canalizada y elevada hacia propósitos espirituales a través de la disciplina y la conciencia. Según la Gematría, la sangre tiene un valor de 44 (ד = 4, מ = 40), el cual se relaciona con la palabra “חי” (chai), “vida”, con un valor gemátrico de 18, dándonos la idea de que la sangre es fundamental para la vida.

El número 44 también puede verse como una combinación de dos pares de 22, que es el número de letras en el alfabeto hebreo, representando la totalidad de la creación y la revelación divina en el mundo. La sangre, por lo tanto, puede simbolizar la complejidad de la vida y la creación, que abarca tanto lo físico como lo espiritual.

En algunos contextos, el número 44 está relacionado con la transformación y la transmutación, procesos esenciales en la vida espiritual. Siendo la sangre símbolo de la vida y la vitalidad, también puede representar la capacidad del individuo para transformarse y elevar su existencia hacia un nivel superior de conciencia.

No es casualidad que el Señor Jesucristo haya dado su sangre para salvarnos a través de ella, recordándonos que somos su iglesia, su esposa (זָכָר וּנְקֵבָה). Así como sucedió en el arca, nuestra dualidad humana se complementa con su espiritualidad, una unión de energías opuestas que son necesarias para el equilibrio y la armonía.

El concepto de obediencia al mandato divino dentro de este mismo contexto (כַּאֲשֶׁר צִוָּה אֹתוֹ אֱלֹהִים) nos llama a no perder de vista en ninguna reflexión lo que debe ser nuestra obediencia, el seguir su voluntad, un aspecto esencial para mantener la armonía y el orden en el mundo, una obediencia que no solo preserva la vida, sino que también asegura la protección divina.

Esta perspectiva se entiende mejor cuando releemos lo que significa el cerrar la puerta (וַיִּסְגֹּר יְהוָה בַּעֲדוֹ), la acción del mismo Creador de cerrar la puerta tras Noé, que representa la separación entre lo sagrado y lo profano, entre lo que está destinado a ser preservado y lo que será purificado o destruido. Es una señal de la protección y el refugio divino que se otorgan a aquellos que siguen su voluntad.

La puerta estrecha cerrada simboliza además un espacio protegido, un lugar donde la vida se conserva en medio del caos exterior. La palabra “vayisgor” (וַיִּסְגֹּר), “cerró”, que tiene un valor gemátrico de 263 (ו = 6, י = 10, ס = 60, ג = 3, ר = 200), que se descompone en 2 + 6 + 3 = 11, y luego 1 + 1 = 2, nos reitera que hay un paso entre dos estados, donde el arca se convierte en un espacio liminal, un umbral entre el viejo mundo y el nuevo.

El acto de que el Creador cierre la puerta nos refleja la necesidad de buscar refugio espiritual y protección divina, especialmente en tiempos de caos y confusión. Esta transición espiritual nos recuerda ese paso de un estado de ser a otro, donde la vida será preservada y protegida en preparación para la renovación que vendrá.

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