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Mi Kabbala – Shevat 7, 5785 – Miércoles 5 de febrero del 2025

¿Mundo?

El Texto de Textos nos revela en Deuteronomio 10:16, “circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz. 17 Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Creador grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; 18 que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido”.

La palabra deseo, תאווה, nos habla de lo sideral, para reenfocarnos reiterándonos que hacemos parte integral de un universo y que nuestro mayor anhelo debe ser el de retornar al Creador, visión que además nos expresa que nuestro lenguaje implica esa comunicación para lo cual todos los nombres o denominaciones que expresamos nos deben identificar con Él, con sus manifestaciones, las cuales nos guían a través de sus destellos para alcanzar ese objetivo unificador.

Sin embargo al estar presos en la dimensión de lo imaginario, del edo, nos recreamos en nuestras expresiones que solo reciben chispas de luz de esa Palabra creadora, obviando apartes de esa raíz lingüística, קוטב kotev, original de la que necesitamos tomar para que no sean las confusiones egocéntricas de nuestros idiomas las que nos lleven a desinformarnos, desarmonizando nuestras coexistencias al punto que preferimos maldecir cuando nuestra boca solo debería bien decir.


Si comprendiéramos la importancia de cada signo lingüístico, combinando sabiamente estos fonemas en nuestro lenguaje, nos ocuparíamos de fluir con la sabiduría divina, manteniéndonos en los propósitos para los cuales fuimos creados en vez de enfocarnos en recrearnos en otro tipo de versiones de la realidad, las cuales le quitan el sentido trascendente a nuestras vivencia con cada impulso bocal, פֶּה, pe, lo que hace que esos nombres que emana de nosotros y convertimos en deseos terminen sofocándonos con sus alucinaciones e insatisfacciones. 

Lo que llamamos nuestro mundo material o Assiyá,  עֲשָׂיָה, Asayá, es tan solo uno dentro de las cuatro dimensiones en que se cree existimos actualmente, propuesta que nos invita a usar de la mejor forma que podamos cada letra de nuestro lenguaje comprendiendo que estas movilizan nuestros deseos y estos nos vinculan o no con aquello en que nos recreamos, fluir que debe articularse a ese amor celestial que le da a nuestra esencia un sentido en donde dejamos de percibirnos separados hasta de nosotros mismos y podamos así cogobernar de forma más coherente nuestros pensamientos y relaciones. 

Isaías, יְשַׁעְיָה, Yesayá, nos llama como creyentes a no seguir usando nuestro lenguaje para distanciarnos aún más de Él, ya que así solo terminaremos cohabitando en ese mundo de ilusiones y deseos mercantiles que nos esclavizan, dimensión que poco o nada tiene que ver con los propósitos divinos, error milenario que no debemos seguir replicando más, para reorientar nuestras vidas gracias a la Palabra del Creador y a los preceptos y mandatos allí implícitos, en pro de nuestro despertar, ese en donde expresamos otros términos, unos que nos generen un solo anhelo: de integrarnos a Él a través de su obra, objetivo que solo logramos si nos retroalimentamos de Su palabra. 

El Texto de Textos nos revela en II de Timoteo 2:22, “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”.

Oremos para desear más lo divino que lo humano.

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