Mi Kabbala – Tamuz 30 – lunes 5 de agosto del 2024.
¿Lámparas?
El Texto de Textos nos revela en Daniel 2:22, “Él revela lo profundo y lo escondido, y sabe lo que se oculta en las sombras. ¡En él habita la luz!”
La Biblia está llena de simbologías, tanto que algunos la describen como una parábola general en la que debemos, gracias a su relectura diaria y a la iluminación del Espíritu Santo, reencontrarnos con sus enseñanzas y llevarlas a la práctica. Sin embargo, fruto de nuestra caída y de dicha desobediencia, coexistimos en la oscuridad de la materia, de espaldas a Él, un vacío que a su vez, al generar la sensación natural de sabernos aparte, clama por esa luz divina para que nuestro entendimiento y conciencia salgan de dichos estadios de desinformación e ignorancia, להתעלם (lehit’alem).
Quizá por ello, los judíos en el Jánuca, que tiene como símbolo la Menorá, ner, נר, llama o lámpara, encienden ese candelabro de ocho brazos durante cada uno de los ocho días de dicha festividad, con el fin de denotarnos de alguna forma que, desde lo más profundo de nuestros seres, debemos lograr que nuestra alma, como dicha lámpara, reciba la luz del Creador. Esa luz, unida a nuestras pequeñas partículas de energía, puede movilizar nuestra materia para hacernos mucho más conscientes de lo que suponemos ser, al percibirnos tan solo como seres físicos.
Luz divina que, sin embargo, no atendemos por estar enfocados en todo tipo de luces artificiales que nos distraen y que además distorsionan nuestras percepciones sobre nuestra esencia, llevándonos a presuponer cosas que no son, las mismas que nos hacen obviar todo lo que significa nuestro Señor Jesucristo, quien se refirió a Él como la luz del mundo. Este mensaje nos denota que, estando en la oscuridad de este universo contraído, debemos ser guiados por esos destellos de su ser, los cuales iluminan no solo nuestros caminos sino nuestros seres interiores, para que a su vez, con su luminosidad, seamos lámparas, מנורה (menorá), para nuestros entornos.
Los destellos del Haz de Luz superior están en nosotros y con ellos debemos alumbrar primero nuestro ser y luego a nuestros prójimos. Es necesario que nos acerquemos permanentemente a esa fuente de luz celestial que es Su Palabra; de lo contrario, nos apagamos producto del pecado que nos mantiene a oscuras. Por lo tanto, es prerrequisito reconectarnos a Él a través de su Santo Espíritu y así, gracias a esa guía, podamos comprender además que dentro de la Creación Él es el Alfa y Omega, et, את, el principio y el fin, lo que se traduce en que Él es la luz que debe reorientarnos a cada instante.
Probablemente por ello, en estos tiempos más que oscuros, que algunos califican como finales por sus dificultades, todos deberíamos consolarnos en la seguridad de que Él es nuestra promesa, הבטחה (havtaja). Él es nuestra luz y está a nuestro lado para guiarnos hacia la vida eterna. Aunque seguimos padeciendo de la oscuridad del pecado que apagó nuestras almas al traernos a este cuerpo material, ello solo denota nuestra necesidad de esa Luz suya para que dicha energía guíe nuestras vidas al reconocernos como parte suya.
El Texto de Textos nos revela en Juan 8:12, “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Oremos para que la Luz de nuestro Señor Jesucristo guie todas nuestras oscuridades.