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Mi Kkabala – Tamuz 24 – martes 30 de julio del 2024.

¿Éxodo?

El Texto de Textos nos revela en Éxodo 40:38, “Porque la nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas”.

Si revisamos la historia del pueblo judío en busca de aprender de las profundas lecciones que sus experiencias nos brindan, quizá entenderíamos que cuando fueron motivados a dejar Egipto para luego cruzar el Mar de los Juncos y viajar por el desierto hacia el Monte Sinaí, siendo alimentados durante el trayecto por el maná (מָן), se les quería inducir a confiar más en el Creador a través de las leyes que se le transmitieron a Moisés y que se encuentran en la Torá, las cuales deben ser también para nosotros sinónimos de bienestar, alejándonos así de la esclavitud pasional que tanto nos ocupa.

Cincuenta días después del Éxodo, el sexto día del mes de siván, se les ofreció la Torá al pueblo y su respuesta inicial fue: “naasé venishmá” (נַעֲשֶׂה וְנִשְׁמָע), “haremos y escucharemos”. Bella visión de vida que debe llevarnos a esa montaña imaginaria y depender así de la nube divina, esa que nos guiará a diario no solo para vivir conforme a los Diez Mandamientos, sino durante cada noche y día, tal como estuvo con Moisés en la cima durante esos 40 días. Esto literalmente nos invita a dejar de adorar los becerros de oro que hoy nos distraen y enfocarnos en nuestro Rey y Salvador.

Nuestro Éxodo (מִצְרַיִם) hacia la tierra prometida puede empezar una vez comprendamos que la zarza ardiente tiene que ver con esa pequeña llama cotidiana que no percibimos en nuestros caminos, la cual nos llama a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, preparándonos para cruzar el desierto del día a día, gracias a una integración con nuestros próximos. Para ello tenemos la Biblia como instrumento de reflexión y crecimiento mutuo. En la Torá se encuentran 600,000 letras que equivalen, según se dice, a la cantidad de almas existentes, toda una raíz judía para aceptar cada letra de la Palabra escrita y comprometernos a que estos preceptos allí plasmados sean nuestra luz para cada paso.

Por lo tanto, para los eruditos, si a un rollo de la Torá (מְגִלָּה, meguilá) le faltase, aunque fuera una letra, este es inválido, sin importar cuán poco importante parezca ese signo. Esto simboliza no solo que la Torá es más grande que la suma de sus partes, sino que nosotros debemos respetar cada texto como un mandato. La obediencia nos lleva a integrarnos más, ya que una sola molécula dañada afecta el sistema. Entendiendo esto, así como la misericordia divina, cada individuo debe conocer del amor del Creador incluso a través de nosotros, ya que cada ser vivo tiene la función de ser luz para sus próximos.

Quizá por ello Sem (שֵׁם, shem, שְׁמוֹת, shemot) nos invita a cuidar algo más que nuestra reputación, siguiendo todas esas enseñanzas que nos sirven para acercarnos cada vez más a esa montaña de la fe. Unidos conforme a los mandatos del Creador, debemos apegarnos a su Palabra, la cual es eterna y relevante en cualquier lugar y momento, logrando gracias a esa guía una relación perenne, inherente a nuestra naturaleza y no limitada por ninguna condición en particular. Por lo tanto, nosotros, al igual que Moisés, debemos desear cumplir con el propósito divino del Creador y ser útiles a este, viviendo alegre y obedientemente a través de sus mandatos.

El Texto de Textos nos revela en Romanos 7:14, “porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado”.

Oremos para que busquemos como nos lo pide la Biblia ser uno con el Creador.