
Mi Parashá – Génesis 10:15
No podemos perder de vista, al releer algunos versículos, los antecedentes que nos ofrecen nombres como el de Canaán (כְּנַעַן), con un valor numérico de 190. Aunque este nombre nos habla de sumisión y subordinación como parte del plan divino, somos nosotros quienes decidimos si, en lugar de aceptar esta condición, terminamos oponiéndonos a dicho plan, buscando conquistar incluso a aquellos a quienes deberíamos respeto.
La invitación al servicio o sometimiento que también se nos hace hoy parece ser una de las características menos deseadas, y es quizás por ello que terminamos enfrentándonos al mismo Creador. No nos damos cuenta de que lo que realmente debemos confrontar es esa fuerza interior que nos ata y esclaviza al pecado, a la desobediencia e incluso a la muerte.
Sidón (צִידֹן), con un valor numérico de 154, como ciudad y pueblo, fue conocida por su comercio y actividad marítima. Esto sigue hablándonos del concepto de expansión, que nos llama a interactuar con el mundo exterior para irradiar nuestra luz interior, esa que es la verdadera influencia que debemos generar. Esta influencia, con su impacto, será heredada por las nuevas generaciones, quienes deben ver los límites no como castigos o prohibiciones, sino como guías que nos orientan en medio de la oscuridad.
Het (חֵת), con un valor numérico de 418, fue el antepasado de los hititas. Nos habla de la persistencia y de lo que debe ser nuestra fortaleza espiritual, aunque la historia de estos pueblos refleje incluso posturas contradictorias. Estas solo forman parte de las posibilidades que nos ofrece el libre albedrío y de cómo los límites van moldeando nuestra voluntad hasta que comprendamos que la resistencia no es contra el Creador, sino contra el pecado que nos gobierna.
Desde esta perspectiva, nuestra vida nos llama a perseverar y a enfrentar los desafíos de manera que comprendamos que el estado de sumisión es hacia el Creador. Nuestro mayor desafío es obedecerle, para lo cual debemos enfrentar y superar todas las tentaciones que nuestro ego disfraza de libertinaje.
Cada uno de nosotros tiene aspectos en nuestras vidas que requieren ser conquistados y transformados. Para lograrlo, nuestras interacciones deben alinearse con la voluntad divina, generando un verdadero impacto en el mundo exterior mediante comportamientos plagados de valores. Nuestras acciones y decisiones tienen un alcance que va más allá de nosotros mismos.
Así que debemos mantenernos firmes y resilientes ante las adversidades y desafíos personales, que nos enseñan a interactuar de manera positiva con el mundo (Sidón). Al confiar en el Creador, obtenemos la fortaleza y perseverancia necesarias para nuestro desarrollo personal. Al conquistar nuestras debilidades, expandir positivamente nuestras influencias y permanecer fuertes en nuestras convicciones, estamos recibiendo su guía.