
Mi Parashá – Génesis 10:20
La genealogía de Cam (חָם), cuyo valor numérico es 48, sigue siendo trascendental para el desarrollo de nuestra geopolítica. Quizá por eso esas familias, lenguas, tierras y naciones continúan marcando los procesos de desarrollo que reconocemos como costumbres, creencias y hábitos. Esto no solo es porque el número 48 se asocia con la vida y la fecundidad, sino porque nuestra vitalidad y energía deben expandirse y diversificarse en diferentes formas y expresiones.
Más allá de considerar estas reflexiones como una crítica a Cam por su legado, vale la pena reflexionar en el concepto de familias (מִשְׁפְּחֹתָם – Mishpechotam), cuyo valor numérico es 1050. Este valor nos recuerda el mandato del Creador de fructificar y multiplicarnos, lo cual es un objetivo clave no solo para nuestras relaciones humanas, sino también para nuestro crecimiento. Esa ramificación es parte fundamental de la expansión de Su luz con el fin de alcanzar la unidad del todo.
Asimismo, no debemos olvidar que nuestro lenguaje, tomado de la palabra del Creador, es vital para recrearnos en Él. Sin embargo, nuestras diversas lenguas (לִלְשֹׁנֹתָם – Lilshonotam), con un valor de 1016, confirman que hemos perdido la comunicación. Aunque podríamos culpar a esta diversidad cultural, lo cierto es que debemos leer en esta variedad de lenguas la multiplicidad de perspectivas y la riqueza que proviene de la diversidad en busca de esa unidad espiritual.
Las diferencias complementan el todo, por lo que el concepto de tierras (בְּאַרְצֹתָם – Bearzotam), con un valor de 945, simboliza, además de los lugares donde se establecieron los descendientes de Cam, los diferentes ámbitos de la vida en los que nos asentamos y desarrollamos nuestras identidades.
El concepto de naciones (בְּגוֹיֵהֶם – Vegoyeihem), con un valor de 660, nos permite vislumbrar, más allá de grandes agrupaciones de personas con una identidad compartida, los diferentes caminos espirituales que tomamos como almas en nuestro viaje hacia la realización, un proceso en el que nos reconocemos como hijos del Creador.
Nuestras energías vitales y espirituales se diversifican y manifiestan en diversas formas en el mundo. Esa expansión y multiplicación de relaciones, cuyo punto neurálgico es la familia, requiere más allá de nuestras lenguas diversas, mantener una comunicación constante con el Creador. Esto se logra mediante la oración, armonizando los diferentes ámbitos de la vida en los que cada individuo o grupo se establece y se desarrolla.
Todas nuestras raíces: familias, lenguas, tierras y naciones, nos influencian y nos conectan con el mundo en general. Al comprender mejor nuestras relaciones, nuestra comunicación y nuestro lugar en el mundo, podemos promover un crecimiento personal y espiritual de manera más armoniosa y consciente.