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Mi Parashà – Génesis 10:5

Varios conceptos empiezan a predominar a medida que las genealogías se profundizan, denotando separación, límites, división de nuestras lenguas y, probablemente, toda una amplia gama de contextos que nos han llevado hoy en día a no percibirnos como parte de una misma familia y menos como hijos del Creador.

La dispersión de los descendientes de Jafet generó la formación de diversas naciones que fueron ocupando las tierras circundantes. Aunque podríamos entender esto también como una oportunidad para enriquecernos gracias a la diversidad natural, que quizás se tradujo en la diversidad de culturas y, por ende, de lenguas, estos grupos y sus subdivisiones también nos proyectan los conflictos que todo ello conllevó.

La palabra “separaron”: Nifredu (נִפְרְדוּ), con un valor gemátrico de 350 (נ = 50, פ = 80, ר = 200, ד = 4, ו = 6), al reducirse a 3 + 5 + 0 = 8, nos presenta los conceptos de infinito y de trascendencia. Esta perspectiva, vista más allá de la separación territorial o dispersión física, también puede interpretarse como una expansión hacia nuevos horizontes, abriendo posibilidades infinitas para el desarrollo y crecimiento de quienes forman parte de esas naciones.

La expresión “islas”, Iyei (אִיֵּי), con un valor gemátrico de 31 (א = 1, י = 10, י = 10), reducida a 3 + 1 = 4, también representa, desde otra lectura, estabilidad y estructura, ya que esas islas, entendidas como unidades separadas de tierra, podrían simbolizar comunidades o naciones que, al estar establecidas y organizadas en su propia estructura social y cultural, deben aportar a la diversidad para complementar la unidad.

Quienes entienden el concepto de “naciones”, Haggoyim (הַגּוֹיִם), con un valor gemátrico de 69 (ה = 5, ג = 3, ו = 6, י = 10, ם = 40), desde la tradicional visión de fuerzas opuestas, pasan por alto que, desde una lectura espiritual, todo se complementa y debe sumarse. Por ende, lo material es el mejor terreno para aprender de ello, así que esa fusión de diversas influencias culturales debe contribuir, desde lo espiritual, al desarrollo de todos los componentes de cada nación.

El concepto “según su lengua”, Lilshono (לִלְשֹׁנוֹ), con un valor gemátrico de 426 (ל = 30, י = 10, ל = 30, ש = 300, נ = 50, ו = 6), al descomponerse en 4 + 2 + 6 = 12 y luego 1 + 2 = 3, refuerza esta idea al relacionar nuestra creatividad como manifestación con esas diversas expresiones culturales, que, llevadas a lo espiritual, le dan a cada nación una utilidad específica dentro del desarrollo del mundo.

Esta lectura, como hemos venido señalando, puede tener diversas interpretaciones mediadas por nuestras sesgadas traducciones, que nos llevan a ignorar que el concepto de naciones, al igual que el de lenguas, aunque nos separaron al diversificarse después del diluvio, dispersándonos territorialmente, también cumplen la visión celestial de lograr que, como fragmentos, tomemos conciencia de la necesidad de unirnos.

La manifestación de una diversidad de expresiones culturales está lógicamente relacionada con lo espiritual, por lo que cada grupo, a pesar de haber desarrollado su propia lengua y cultura, fruto de nuestra creatividad, es a la vez una manifestación de las potencialidades humanas en diferentes contextos. Por lo tanto, como parte del plan divino, esa diversidad y riqueza cultural deben llevarnos, más que a adaptarnos para prosperar, a contribuir con nuestros dones únicos al bienestar general de la humanidad y a nuestro reencuentro voluntario en pro de la unidad divina.

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