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Mi Parashá – Génesis 1:12

La producción de vegetación y árboles frutales por parte de la tierra simboliza la manifestación del potencial divino latente en lo físico; por ello, nuestro planeta, que inicialmente solo era un receptáculo, poco a poco se convierte en una fuente activa de vida, expresando así la fuerza creativa divina.

No perdamos de vista que lo mismo sucede con nuestro cuerpo y, especialmente, con nuestra mente oscura, que, al igual que la del Creador cuando se contrajo para que cohabitáramos como fragmentos de Su luz, todos estos conceptos nos representan la idea de ese poder divino que debe manifestarse en nuestras vidas, siempre y cuando nos alineemos a Su voluntad, fluyamos en Su armonía y nos vinculemos fraternal y servicialmente con Su obra.

Es a partir de ese plan que nuestros esfuerzos producen frutos y crecimiento, una propuesta que nos individualiza para poder alcanzar esa unidad, lo que explica que, al hacer referencia a cada especie, el contexto subraya la importancia de la diversidad dentro de la unidad, donde cada planta y árbol produce según su propia naturaleza, complementando con sus frutos todo lo creado.

Cada ser humano, por lo tanto, tiene un propósito y una función únicos, siendo esencial reconocer esto para nutrir nuestros dones y habilidades individualmente en armonía con el todo. Seguir distrayéndonos de nuestras responsabilidades y desperdiciando esas oportunidades permanentes de crecimiento es quizá uno de nuestros mayores errores históricos.

“Esev”, hierba, (עֵשֶׂב), tiene un valor gemátrico de 162 (ע = 70, ש = 300, ב = 2). Al descomponer cada uno de estos signos y sus valores en 1+6+2=9, podemos obtener una idea de lo que es la verdad y la realización. La hierba, aunque pequeña y humilde, juega un papel crucial en el ecosistema, simbolizando la importancia de cada acción y pensamiento en el ciclo de la vida.

Nuestra naturaleza cíclica del “etz pri” refleja, como la de la hierba, esa continuidad de la vida y la importancia de la renovación constante. Así como la tierra produce vegetación y árboles frutales, nosotros también estamos llamados a cultivar nuestras cualidades y talentos internos, permitiendo que se manifiesten en acciones positivas que contribuyan al bienestar de otros y al desarrollo de nuestra alma.

La bondad intrínseca en la creación y en nuestras propias acciones debe alinearse; sin embargo, nuestros libertinajes, los mismos que generan caos, son los únicos responsables de llevarnos a desconocer esa bondad en nosotros mismos y, por ende, a descalificar a los demás, reproduciendo una perspectiva negativa respecto de la vida en el mundo, la misma que fomenta entornos agrestes, conflictivos, llenos de dudas y de un desarrollo que, al entenderse como material, es egoísta y lejano a nuestros propósitos espirituales.

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