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Mi Parashà – Génesis 1:18

Mem’shelet (Dominio) y Havdil (Separar) nos proyectan ese dominio que existe sobre el Día y la Noche, lo cual no es solamente un concepto de autoridad relacionado con los ciclos del tiempo, sino que tiene que ver con la capacidad de controlar y equilibrar las fuerzas de la revelación (luz) y la ocultación (oscuridad) en nuestras vidas.

Esta tarea parte del dominio propio, que es interno y denota nuestra capacidad de dirigir nuestra conciencia hacia el bien. El libre albedrío, como nuestro mayor don, requiere momentos de claridad, pero se fortalece con los desafíos de la oscuridad. Estas pruebas nos presentan a havdil (separar) como puntos clave para coexistir entre lo sagrado y lo profano, entre lo puro y lo impuro, y entre el bien y el mal, escogiendo aquello que como fundamento nos guía.

Atender nuestra convivencia antes que nuestras conveniencias nos denota que esa separación de la luz y la oscuridad implica una distinción personal entre el bien y el mal, entre la sabiduría y la ignorancia, y entre la verdad y la falsedad, así como entre los efectos de nuestros actos y de nuestras omisiones. Gracias a este continuo discernimiento, podemos navegar a través de la dualidad de la existencia, guiados por Su sabiduría y propósitos.

Or (אוֹר), “luz”, tiene un valor gemátrico de 207 (א = 1, ו = 6, ר = 200), concepto que nos habla de revelación, de iluminación, y que indica la claridad que proviene del entendimiento divino y la sabiduría. Esa luz es símbolo de nuestro conocimiento, el mismo que disipa la oscuridad de la ignorancia y nos guía hacia el camino correcto.

Por otro lado, Choshech (חֹשֶׁךְ), “oscuridad”, tiene un valor gemátrico de 328 (ח = 8, ש = 300, כ = 20), que representa el misterio, la ocultación y la potencialidad no revelada. Esta perspectiva no debe tener una connotación negativa, sino que nos llama a habitar ese espacio en donde la luz puede surgir, presentándonos la oportunidad de crecer a través del desafío y la introspección de esos instantes oscuros.

Tomar control sobre nuestros propios ciclos de luz y oscuridad, aprendiendo a manejar nuestros estados de ánimo, emociones y pensamientos con sabiduría, es una de nuestras grandes tareas cotidianas. Al igual que las lumbreras dominan el día y la noche, nosotros también debemos aprender a gobernar nuestras respuestas a las circunstancias de la vida, manteniendo el equilibrio entre la acción y la reflexión.

Debemos ser capaces de distinguir entre lo que nos eleva y lo que nos hunde, entre la sabiduría y la ignorancia, y entre lo que es verdadero y lo que es falso. Este proceso de discernimiento es esencial para avanzar en nuestro camino espiritual y para cumplir con nuestro propósito divino, siendo la bondad un aprendizaje en medio de la dualidad de la vida.

Tanto la luz como la oscuridad tienen un propósito en nuestra existencia, y ambas son necesarias para nuestro crecimiento y desarrollo. Al abrazar esta dualidad con sabiduría, podemos encontrar equilibrio y armonía en nuestras vidas. Separar la luz de la oscuridad no es solo un fenómeno físico, sino también un proceso espiritual que nos guía hacia la claridad y el equilibrio.

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