Mi Parashá – Génesis 1:20
El Creador tiene un plan perfecto en el que nosotros somos protagonistas, necesitando para ello que nos reconozcamos dentro de él y de su orden. Este orden generó los primeros seres vivientes, נֶ֥פֶשׁ חַיָּ֑ה (Néfesh Jayá), que significa “alma” o “vida”. El concepto de “jayá” nos habla de lo “viviente”, una mirada que nos proyecta varios niveles de crecimiento para nuestra alma, teniendo en cuenta las dimensiones en las que coexistimos y que se van articulando a nuestro crecimiento.
Desde esa lógica, cada nivel representa un camino de ascenso espiritual, en busca de alcanzar espacios superiores y estar cada vez más cerca de la fuente divina. Este propósito de elevación parte desde los aspectos más básicos, como Néfesh, en donde el alma depende de la vida instintiva y nuestras necesidades físicas.
Luego se pasa al nivel Rúaj, en donde interactúan nuestras emociones, la moralidad y el carácter. Seguimos al Neshamá, donde el intelecto, la conciencia superior y la conexión con el Creador se hacen más evidentes. Continuamos en Jayá, un nivel más trascendental, gracias a la reconexión con el alma colectiva y la iluminación espiritual, y terminamos en Yejidá, donde el alma logra la unidad total con el Creador, su chispa divina y la eternidad.
Entender este proceso nos lleva a asumir que (Of): “Ave”, como concepto, apoyándonos en la gematría y su valor de 156, tiene que ver más con el movimiento y la expansión, el mismo que se refleja en nuestro caso como la motivación a elevarnos por encima de la tierra. Esta perspectiva, además de darnos señales para que enfoquemos nuestra trascendencia hacia el cielo, nos reitera que para ello necesitamos un equilibrio que se da desde lo material, representado por los seres vivientes del agua, y lo espiritual, representado por las aves que vuelan en el cielo.
Entender el agua como un elemento de vida y fluidez simboliza, además, asimilar que nuestras emociones son indicadores del estado de esa alma, la cual se alimenta del hálito de vida del Creador. El aire, a través de las aves, nos reitera esa elevación que significa la búsqueda de un propósito superior.
Para lograr ese crecimiento, no debemos olvidar nuestras raíces, nuestros ancestros y su legado, ni nuestras necesidades terrenales. A la vez, debemos aspirar a algo más alto, que poco tiene que ver con posiciones y posesiones sociales egoístas, sino con elevarnos por encima de lo mundano para encontrar un sentido más profundo y trascendental.
Quizá por ello, reconocer al Creador como אֱלֹהִ֔ים (Elohím) nos lleva a la idea de lo que es la justicia y, a la vez, el poder divino, gracias a que el valor en gematría de esta expresión es de 86, símbolo del equilibrio y la estructura dentro de la creación.
Esta visión nos recuerda que, aunque se mencionan nombres y títulos para referirse al Creador, siendo que es algo innombrable, hay al menos siete expresiones sagradas reconocidas, que de alguna forma hacen referencia a esa trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.