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Mi Kabbala – Elul 11 – sábado 14 de septiembre del 2024

¿Palabras?

El Texto de Textos nos revela en Deuteronomio 31:9, “Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel”.

La Torá, como enseñanza o instrucción de la ley del Creador, contiene realmente cinco libros que los creyentes reconocemos como el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Aunque la tradición sostiene que fue Moisés quien escribió estos textos, es claro que dichas enseñanzas del Creador (לימוד, limud) fueron dadas a su pueblo para que, como las mismas Tablas de la Ley, él, gracias a dicha revelación, las difundiera y enseñara oralmente a todos sus congéneres. De tal manera que esa Palabra, luego llevada a textos, guiara todas nuestras vidas.

Quienes estudian en profundidad estos temas afirman, desde conceptos como el Árbol de la Vida, que Moisés tenía la capacidad de ver estos manuscritos en su entorno. Esta teoría es explicada por algunos desde la perspectiva de la sinestesia (סינסתזיה, sinstézia), propiedad que permite percibir más allá de lo que otros captan a través de los sentidos. En este caso, significa que Moisés veía el movimiento de las veintidós letras del alfabeto hebreo original como hologramas, recibiendo así directamente los preceptos que el Creador le revelaba a su conciencia.

La sinestesia, condición presente en algunas personas, permite oír colores, ver sonidos e incluso apreciar texturas cuando se saborea algo. Se cree que Moisés, Moshé (מושה o משה), podía percibir estas correspondencias de manera espontánea en tonos de color, sonido e incluso intensidades de sabores desde su mente. Esta facultad, muy exclusiva, lo llevaba a un espacio sensorial particular, distinto al común, que alteraba sus percepciones, permitiéndole comunicarse de manera única con el Creador y con las revelaciones que recibía.

La cronología bíblica nos relata que, antes de la llegada de la Torá, se vivieron dos mil años de caos. Luego, con esa Palabra, llegaron dos mil años de enseñanzas y, posteriormente, con la venida de nuestro Señor Jesucristo, se abrieron otros dos mil años de misericordia. Esta perspectiva denota que Su Palabra nunca ha estado oculta, sino que nosotros hemos decidido no escucharla ni atenderla. Ahora, gracias al Espíritu Santo, puede ser revelada en nuestro propio cuerpo, como templo, para que abramos nuestras percepciones a Él, logrando que, en nuestra cotidianidad, asumamos la salvación (להושיה, leoshía) por fe, y disfrutemos de la guía de Su Palabra.

La Palabra es eterna y, aunque se plasmó en un documento, es perceptible a través de todos nuestros sentidos. Sin embargo, al seguir distrayéndonos con alucinaciones, sesgamos nuestra capacidad perceptiva, la cual hoy nos proyecta todo como fragmentos de luz. A través de la oración y la guía del Espíritu Santo, podemos alejarnos de estos engaños disfrazados de idolatría, que nos impiden percibir al Creador y convertirlo en nuestra prioridad y vivencia, asumiendo sus analogías como destellos que encienden nuestra conciencia (מַצְפּוּן, matzpun).

El Texto de Textos nos revela en Lucas 16:10, “el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”.

Oremos para poder percibir, entender y ver la Palabra hecha vida en Él.

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