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Mi Parashá – Génesis 1:21

El concepto de תַּנִּינִ֖ם (Tanniním), que simboliza “monstruos marinos” o “grandes criaturas”, se refiere más que a seres poderosos que habitan en las profundidades del océano, a fuerzas primordiales y aspectos ocultos de la creación. Desde la gematría, תַּנִּין (Tanin) equivale a 510, lo que se relaciona con la fuerza y el control de lo desconocido.

Esta lectura también nos invita a diferenciar la chispa divina presente en todo ser viviente de nuestra esencia o alma, ya que todo se mueve y existe por Él, lo que implica que esa infusión de vida está en todas las criaturas. Esta interpretación nos incentiva a comprender, desde el concepto טֽוֹב (Tov), “bueno”, que todo lo creado tiene un propósito positivo y está alineado con la voluntad divina.

El concepto de mal es simplemente el resultado de alejarnos de Él y de la armonía que fluye en todo el universo. La diversidad y complejidad del mundo nos llama a ser útiles a Su obra para que el desequilibrio que genera Su alejamiento, respetando nuestra voluntad, no genere fuerzas caóticas que, sin embargo, Él controla y equilibra conforme a Sus leyes.

Así que las fuerzas más poderosas y aparentemente caóticas tienen un lugar en el orden divino, ya que todo depende de Su hálito de vida, de Su Aliento, Néfesh Hachayá, que vibra con Su Palabra y se infunde en todo lo Creado.

La chispa divina está presente en todas las formas de vida y nos llama a reconectarnos voluntariamente con Él a través de Su obra, otorgando nuestra bondad, טֽוֹב (Tov), que es inherente a nuestra esencia y anhela acogerse a ese plan divino. Debemos encontrar la bondad en cada aspecto de nuestras vidas, incluso en las partes que parecen difíciles de entender o aceptar.

Quizá por ello, quienes perciben al Creador en todo sugieren que existen hasta 72 formas de llamarlo, (Shem HaMephorash), títulos y atributos que describen más Sus diferentes aspectos y manifestaciones, todo partiendo de la combinación del Tetragrámaton, que con sus combinaciones, יהוה (Yod-He-Vav-He), nos da las mayores luces para reconocernos como Sus hijos.

Cada uno de estos signos nos habla de nuestra esencia: י (Yod), la letra más pequeña del alfabeto hebreo, representa ese punto de partida, la chispa divina de la creación, esa esencia inalcanzable e indefinible. ה (He), que aparece dos veces en el Tetragrámaton, está asociada con la revelación y la expansión, simbolizando el soplo de vida y Su presencia divina. ו (Vav), como conector, traducido como “y”, simboliza la unión entre lo divino y lo terrenal, el vínculo entre el cielo y la tierra. Mientras que ה (He) refuerza la idea de la manifestación de lo divino en el mundo físico y el proceso continuo de creación y revelación.

Es por ello que el Tetragrámaton es considerado la representación más pura y directa del ser de nuestro Creador. Estos signos corresponden a los diferentes niveles de existencia y emanaciones divinas (Sefirot) dentro del Árbol de la Vida, por lo que, más allá de entenderlos como simples señales, son un mapa que nos describe cómo nuestro amoroso Padre celestial interactúa con el universo y lo sostiene.

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