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Mi Parashá – Génesis 1:8

La expresión “Shamayim” (שָׁמַיִם) nos habla de algo más que del cielo físico; se refiere a un reino espiritual elevado, que representa esa esfera superior que nos cubre y en la cual reside la sabiduría, la cual comprendemos a través de la Luz y que nos invita a vivir de acuerdo con la voluntad de nuestro Creador, para reencontrarnos con la pureza y el orden que tanto nos falta en lo terrenal.

Similar al concepto de “Mayim” (agua), “Shamayim” contiene las palabras “Esh” (fuego, אש) y “Mayim” (agua, מים), lo que simboliza la armonía y el equilibrio, incluso en las fuerzas opuestas. Estas fuerzas deberíamos entenderlas más bien como complementarias, por lo que debemos trabajar desde nuestro equilibrio interior para contribuir a la armonía del cosmos, aportando lo mejor de nosotros mismos para que esos aspectos opuestos que subyacen en nuestras vivencias encuentren, en la justicia y la misericordia divina, el juicio y el amor que debemos promover.

La gematría nos muestra cómo en “Shamayim”, con su valor de 390 (ש = 300, מ = 40, י = 10, מ = 40), al descomponer estos signos en 3 + 9 + 0 = 12, se nos llama a percibirnos dentro de las 12 tribus de Israel, esas que entregaron a José, quien más tarde les salvaría, para que nos unamos como hermanos, como un solo pueblo en pro de esa plenitud y totalidad que contiene la estructura espiritual a la que pertenecemos. Necesitamos de estos ciclos o procesos de vida que enlazan lo terrenal con lo celestial para alcanzar esos fines.

El mundo físico (el “rakia”) es, lógicamente, una extensión del reino espiritual “Shamayim”. Por ello, debemos reconocer la presencia divina en todo lo que constituye nuestra vida, insumos que están allí para ayudarnos en ese proceso de elevación que nos obliga a orientar nuestras intenciones, deseos, emociones, pensamientos, palabras, interacciones e interrelaciones en pro de ese crecimiento integral espiritual.

“Shamayim” nos proyecta, desde esos signos lingüísticos, la armonía entre el fuego y el agua, para que también busquemos equilibrar nuestras emociones, deseos y pensamientos, guiándolos hacia un propósito más elevado. Incluso la mención de la tarde y la mañana dentro de estas reflexiones debe incitarnos a percibir en el ciclo continuo del tiempo una oportunidad para esa constante renovación, alineándonos con la voluntad del Creador y cumpliendo así con nuestro propósito en este mundo.

La creación del “Shamayim” en este segundo día nos revela la importancia de elevar nuestra conciencia, armonizándola con los aspectos aparentemente opuestos de nuestras vidas, logrando reconocer en todo esa invitación a reconectarnos con nuestra esencia espiritual desde lo terrenal. Es por ello que el segundo día, “Yom Sheni” (Día Dos) – Separación de las Aguas, nos lleva a la sefirá Biná (Entendimiento), que nos recuerda nuestra capacidad de discernimiento. Es necesario que, gracias a esa conciencia, fijemos límites, teniendo en cuenta sus mandatos y preceptos.

La separación de las aguas, que representa la división entre los diferentes niveles de realidad, alejándonos de lo espiritual para que experimentemos más lo material, contiene esa estructura necesaria para que podamos crecer de manera coherente y consciente, lo que significa que, como el agua, estamos llamados a integrarnos al Creador a cada instante a través de esta Su obra.

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