
Mi Parashá – Génesis 2:1.
El término Vayechullu (וַיְכֻלּוּ), “y fueron acabados”, contiene la raíz “כלה” (kalah), que significa “anhelar” e incluso puede interpretarse como “consumirse”, indicando que la creación, una vez completada físicamente, debía comenzar a hacer realidad ese deseo profundo de conexión y culminación, retornando a la Unidad, gracias a que todos los fragmentos de Luz voluntariamente asumimos dichos propósitos.
Es por ello que Hashamayim (הַשָּׁמַיִם): “Los cielos”, que proviene de la palabra “shamayim”, relacionada con el “agua” (mayim), nos habla de la fluidez y la naturaleza espiritual de los cielos, los cuales representan a su vez los reinos superiores de conciencia, los mismos que están conectados con las esferas superiores del Árbol de la Vida, la eternidad.
Si añadimos el término Veha’aretz (וְהָאָרֶץ): “Y la tierra”, se nos reitera que esa manifestación divina parte de lo físico, de este mundo material, por lo que la dualidad entre “shamayim” y “aretz”, que podría entenderse como una tensión entre lo espiritual y lo material, realmente es un llamado a equilibrar ambos polos desde nuestras vivencias.
Así, la expresión Ve’chol-tzva’am (וְכָל־צְבָאָם): “Y todo su ejército”, nos habla de fuerzas y energías que actúan en el universo. Según la gematría, “tzva’am” (צבאם), cuyo valor es 138, nos lleva a la “Kabbalah” (קבלה), con un valor gemátrico de 137, recordándonos la importancia del estudio de cada uno de los signos de Su Palabra para poder asumir ese plan unificador, ratificado con el concepto kollel, que como mensaje nos expresa la unidad en todas las cosas.
Nuestro principio es entonces también el final, la culminación de un ciclo de la creación, que da inicio a la integración que empieza desde lo material en busca de lo espiritual, y que, partiendo de lo inferior, nos llevará a lo superior y a lo inferior. Por lo tanto, descalificar nuestra estancia en esta tierra es obviar que estamos llamados a cualificarnos con las experiencias terrenales que enriquecen nuestros seres.
Al encontrar ese equilibrio interior, estamos también alcanzando la plenitud en nuestras vidas, al unir nuestras aspiraciones mundanas a una visión espiritual integral y trascendente, gracias a la guía del Espíritu Santo, quien, a través de la oración y Su Palabra, nos da las herramientas para iluminar nuestro entendimiento consciente.