Back

Mi Parashá – Génesis 2:24

A partir de entender los verdaderos propósitos de nuestras coexistencias, se hace mucho más claro asumir el verdadero significado de la relación matrimonial como una unidad indisoluble, siendo la expresión עַל־כֵּן (Al-ken) – “Por tanto”, una expresión que reproduce esa consecuencia o principio derivado de lo que ha sido descrito anteriormente.

La conexión entre el reconocimiento de la igualdad y la interdependencia entre el hombre y la mujer permite que ese acto de dejar a los padres para unirse a la esposa sea clave en la formación de esa nueva unidad. El término יַעֲזָב־אִישׁ (ya’azov ish) – “dejará el hombre”, יַעֲזָב (ya’azov) “dejar” o “abandonar”, denota esa transición necesaria hacia una nueva fase de vida, donde el hombre se separa de su familia de origen para formar su propia familia, pero sobre todo, deja su tierra y parentela para buscar con su familia humana su tierra prometida.

El término וְדָבַק בְּאִשְׁתּוֹ (v’davak b’ishto) – “y se unirá a su mujer”, דָבַק (davak) “unirse” o “aferrarse”, es el marco de referencia para entender que esa unión intensa y permanente es una conexión espiritual que parte de lo físico y que, como vínculo perfecto, necesita del amor, ese que fusiona las almas. Por eso, para ser una sola carne וְהָיוּ לְבָשָׂר אֶחָד (v’hayu l’basar echad), dicha fusión que parte de lo íntimo sexual debe procrear hijos con el fin de que estas nuevas almas también obtengan esa visión de unidad inseparable.

La armonización de lo masculino y lo femenino, lo físico y lo espiritual, también tiene que ver con el bien y el mal, por lo cual אִישׁ (ish – hombre) y su valor 311 (א=1, י=10, ש=300) reflejan esa identidad y esencia en donde la mujer אִשָּׁה (ishah – mujer) por su valor 306 (א=1, ש=300, ה=5), enmarca nuestra interdependencia con todo lo creado. Nuestra carne, בָשָׂר (basar – carne), representa esa diversidad de seres que debemos integrar en la unidad para que todos los elementos distintos se unan para formar algo nuevo y completo.

La unión matrimonial es un reflejo de la unidad divina, que no es solo un tema de conveniencia social, sino un acto espiritual que refleja la armonización de las fuerzas masculinas y femeninas en la creación. Las almas deben integrarse, pasando de una etapa a otra que implica una nueva unidad. Por lo tanto, nuestras relaciones más íntimas son una oportunidad para experimentar y reflejar la unidad divina, gracias a un compromiso, respeto mutuo y comprensión profunda de que ambos individuos son partes esenciales de un todo mayor.

Leave A Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *