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Mi Parashà – Génesis 2:7

Entender que el pecado que mora en nosotros reproduce una serie de vibraciones que, por su fuerza, pueden dominar nuestro ser y llevarnos a actuar incluso en contra de lo que suponemos es nuestra voluntad, nos puede ayudar a comprender las advertencias y normas divinas no como amenazas, sino como exhortaciones a asumir el control de nuestras intenciones, deseos, expresiones, emociones, decisiones, interacciones e interrelaciones, antes de que esas fuerzas oscuras nos dominen.

El pecado está a la puerta, por lo que siempre debemos estar alertas a las consecuencias de dejarnos llevar por él, por sus tentaciones, que nos colocan fuera de control y a expensas de efectos letales. Estas cumplen el propósito de desafiarnos para que las superemos y corrijamos nuestra voluntad conforme a la divina; sin embargo, aprender lo correcto también implica reconocer lo incorrecto.

El pecado, como recordatorio de nuestra desobediencia, nos lleva a decidir continuamente entre el bien y el mal, inclinaciones o intenciones que pueden apoderarse de nuestro inconsciente. Por ello, debemos hacernos conscientes apoyándonos en la conciencia divina. Esa lucha interna constante que enfrentamos debe servirnos para aminorar nuestras debilidades y potencializar nuestros dones.

Habilidades otorgadas por el Creador como herramientas para que podamos tomar el control de nuestra voluntad, pero que requieren un proceso que demanda disciplina y paciencia. Es por ello que la palabra “חַטָּאת” (jatat – pecado), con un valor numérico de 18, también nos habla de la vida (“jáy”), recordándonos que, aunque el pecado tiene elementos destructivos, está intrínsecamente relacionado con la experiencia humana y representa una lucha por vivir una vida recta en dirección a nuestra morada celestial.

La palabra “תִּמְשָׁל” (timshol – dominarás) tiene un valor numérico de 770, lo que enmarca ese potencial divino dentro del ser humano, el mismo que nos permite superar las pruebas y dominar esas inclinaciones negativas, indicándonos que es nuestra exclusiva responsabilidad tomar y medir nuestras decisiones y acciones.

Él nos dotó con la capacidad de controlar nuestro destino cotidiano al mostrarnos nuestra predestinación final, por lo que debemos aprender a actuar con integridad. Aunque las tentaciones pueden ser fuertes, tenemos dentro de nosotros una fuerza mayor para superarlas y dirigir nuestras vidas hacia el bien.

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