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Mi Kabbala – Jeshván 19, 5785 – Miércoles 20 de noviembre del 2024.

¿Cargas?

El Texto de Textos nos revela en Zacarías 9:9, “alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”.

La cruz, צלב, tzlav, en la que se colgó a nuestro Señor Jesucristo, es un símbolo que invita a los creyentes a entender la necesidad de eliminar el ego, crucificarlo, para que nuestra alma se eleve. Este acto nos permite descargarnos del cuerpo, que con sus vivencias tiende a esclavizarnos al pecado y a aislarnos de nuestra morada celestial. Esto significa nacer de nuevo, superar el dolor y afrontar nuestra realidad con responsabilidad.

Jabes (יַעְבֵּץ, Ya‘bets), cuyo nombre evoca la idea de “dolor” o “sufrimiento”, nos recuerda la importancia de desafiar los padecimientos de la vida como un llamado de atención divino. Su ejemplo nos anima a abrazar el plan del Creador y a crecer integralmente a través de las pruebas que enfrentamos.

Seguir desenfocados, priorizando labores y posesiones materiales que nos alejan de nuestra esencia, fue el llamado de atención de profetas como Jeremías (יִרְמְיָהוּ, Yirmiyahu), cuyo nombre significa “el Señor eleva” (Yahu, el Señor; Yarim, elevar). Jeremías dedicó gran parte de su vida a intentar que su pueblo no cayera en el pecado. Aunque fue rechazado y conocido como “el profeta que llora”, advirtió con firmeza sobre la destrucción babilónica de Jerusalén. Siguiendo su ejemplo, como creyentes, debemos elevar nuestra mirada para comprender nuestro verdadero propósito existencial.

Hageo (חַגַּי, Ḥaggay) también nos llama a reflexionar profundamente. Nos recuerda que el Creador no desea nuestro mal ni nos rechaza; más bien, anhela restaurarnos como Su templo, como Jerusalén. Este profeta anunció el nuevo pacto, realizado a través de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, quien, al ser elevado y exaltado, transformó una perspectiva histórica cargada de conflictos y desorientaciones. Este cambio nos invita a alejarnos de las quejas y asumir una postura de gratitud, valorando a todos y todo lo que nos rodea. Cada paso de la vida debe ser visto como una oportunidad de acercamiento.

La bendición del Creador, de la que nos habla Jabes (יַעְבֵּץ), nos invita a reconocerlo como la fuente de toda prosperidad. Necesitamos de Su gracia, por lo que debemos orar con fervor, buscando Su dirección. Esta victoria espiritual implica colocar todos nuestros esfuerzos en retornar a Él, acogernos a Su fuerza divina y dejar de consolidar cargas innecesarias, simbolizadas por las cruces (צְלָב, tzelav, “maderos”), que a menudo construimos a partir de nuestras propias preocupaciones y pensamientos.

La naturaleza, con su ejemplo, nos enseña que todo lo creado tiene algo que aportar. Por ello, debemos aprovechar los dones y fortalezas que Dios nos ha otorgado, poniéndolos al servicio de los demás. Así cumpliremos nuestras responsabilidades sin convertirlas en pesadas cargas, pues estas nos restan movilidad y desmotivan nuestro espíritu. Al reconocer que el trabajo (עוֹבֵד, oved) es una bendición y una forma de sabernos útiles a los propósitos divinos, nos reconectamos con el Creador y esa fuerza que nos guía.

El Texto de Textos nos revela en I de Timoteo 6:6, “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto”.

Oremos para que no hagamos del trabajo una carga.

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