Mi Parashá – Génesis 2:7
La expresión Vayyitzer (וַיִּיצֶר): “Y formó”, compuesta por dos letras “yod” (י), nos habla de las dos inclinaciones del ser humano: una hacia hacer el bien (Yetzer HaTov) y la otra hacia hacer el mal (Yetzer HaRa), ya que se nos dio el libre albedrío para elegir en pro de nuestro crecimiento espiritual.
Esta perspectiva nos recuerda que, aunque fuimos tomados del polvo de la tierra: Et-ha’adam afar min-ha’adamah (אֶת־הָאָדָם עָפָר מִן־הָאֲדָמָה), también nos dice, a partir de los términos “afar” (עָפָר), “polvo”, y “adamah” (אֲדָמָה), “tierra”, que aunque existe esa conexión íntima del hombre con la tierra, esta es tanto física como espiritual. No solo cohabitamos en una dimensión en la que prevalece el aspecto terrenal físico, sino que también formamos parte integral de esa esencia divina eterna.
Es por ello que el término “afar”, que sugiere humildad, también nos habla de una mortalidad inherente a ese cuerpo tomado del polvo. Es necesario que mantengamos presente que Él también sopló en nuestra nariz su aliento: Vayipach be’apav nishmat chayim (וַיִּפַּח בְּאַפָּיו נִשְׁמַת חַיִּים), acto que se considera como la infusión directa de la esencia divina en ese cuerpo, que vive por ese aliento de vida: “nishmat chayim” (נִשְׁמַת חַיִּים), chispa divina que nos dotó de un alma que, en esencia, conecta ese cuerpo mortal con el Creador.
Este soplo eleva ese cuerpo para que se sepa diferente a los demás seres vivientes de la tierra, los cuales no cuentan con esa conciencia espiritual. Es esta conciencia la que nos permite coexistir en una dimensión mental que posibilita a esa alma hacerse consciente de la coordinación y manejo no solo de expresiones, pensamientos, acciones e interrelaciones, sino también de su gran propósito, para que al nacer de nuevo logre la reconexión con lo divino.
No debemos perder de vista que la expresión Vayehi ha’adam lenefesh chayah (וַיְהִי הָאָדָם לְנֶפֶשׁ חַיָּה): “Y fue el hombre un ser viviente”, cuando nos habla de “nefesh chayah” (נֶפֶשׁ חַיָּה), “ser viviente”, hace referencia a ese aspecto vital del alma que está relacionado con las funciones básicas de la vida, pero que también incluye la capacidad de conciencia y crecimiento espiritual. Por lo tanto, ese “nishmat chayim”, aliento divino que infunde la vida, es lo que realmente nos hace sentirnos vivos.
Esa es nuestra esencia, que parte genealógicamente desde “adam” (אָדָם). Gracias a su valor gemátrico de 45, que también corresponde a la palabra “mah” (מַה), que significa “¿Qué?”, nos está diciendo que nuestra búsqueda cotidiana y ese propósito o sentido de vida, que es trascendente, se deben alimentar de ese aliento de vida “nishmat chayim”, para que nuestra conciencia se eleve. “Nefesh” (נֶפֶשׁ), transformación espiritual, nos llama a liberarnos de Egipto, de lo mundano, de expectativas efímeras y de nuestras intenciones malignas.
Exilio y liberación forman parte de nuestra naturaleza dual, ya que, como creación compleja que somos, al integrar elementos terrenales (adamah) y divinos (nishmat chayim), estamos llamados a elegir entre el bien que nos ofrece nuestro Padre celestial o el mal que nos proyecta nuestro ego, un libre albedrío que debe alimentarse de Su voluntad, una infusión de esencia divina que está en el aire, el mismo que nos conecta con lo sagrado.