Mi Parashá – Génesis 4:3
Dentro de las paradojas que nos ofrecen nuestras versiones acerca de aceptar la existencia de un Creador frente a obedecerle y seguir sus mandatos, no solo creyendo en Él, sino creyéndole a Él, es claro que Caín, el primer hijo de Adán y Eva, ofreció una ofrenda al Creador. Esto, desde una lectura rápida, nos reitera que en ocasiones podemos realizar actos aparentemente nobles, pero lo que realmente importa son nuestras verdaderas intenciones.
La ofrenda de Caín, “del fruto de la tierra”, nos denota la conexión estrecha de este ser con lo material y lo terrenal, herencia que parece prevalecer en nuestro mundo. Mientras que la ofrenda de Abel, descrita como “primicias” de sus ovejas, denota que la de Caín es menos completa, menos devota. Esto nos llama la atención sobre el hecho de que nuestras propias oraciones, alabanzas y actos diarios, que se encuentran en esa lucha entre el cuerpo, lo material, y el alma, lo espiritual, deben alinearse con la confianza y gratitud hacia Su guía, y no con nuestras expectativas.
Este dilema humano nos quita la posibilidad de dar lo mejor de nosotros mismos al Creador, llevándonos, como Caín, a ofrecer lo que la tierra produce, en lugar de una ofrenda de mayor valor espiritual. Esto refleja, por ende, una falta de conexión con lo divino, siendo necesario que revisemos, como creyentes, nuestras ofrendas, que regularmente se enfocan en lo físico, de lo cual Él no necesita, para enfatizar en lo espiritual, lo que implica ser más luz, cumplir Su voluntad, Sus mandatos, actuando con fe, de corazón y con total devoción.
El nombre “קַיִן” (Caín), por su valor numérico de 160, también nos lleva a las ideas de juicio y severidad, lo que, desequilibradamente, nos lleva a actuar como él, con violencia, incluso hacia nuestros propios hermanos. Por ello, la palabra “מִנְחָה” (minjá), “ofrenda”, con un valor numérico de 103, nos llama a la plenitud, a lo que está destinado a ser completado, sugiriendo que la ofrenda de Caín podría haber sido vista como insuficiente o incompleta en términos espirituales.
Es de suma importancia revisar muy bien nuestras verdaderas intenciones al acercarnos al Creador, ya que Él nos lo otorgó todo y espera de nosotros más que esa visión de seguir recibiendo de Él; debemos permitirnos dar, llevando esa visión fraternal y servicial a nuestras acciones y ofrendas.
El mundo material y su polvo nos contaminan, por lo que nuestra búsqueda no es ser los mejores en este plano. Incluso al intentar ser mejores seres humanos, la perspectiva más allá del egocentrismo que nos caracteriza es ser luz, llevando, incluso a través de nuestras grietas, esa luminosidad de nuestro Creador. Por ello, debemos actuar por y para Él, intentando siempre depender de Su guía.
No basta con cumplir con los deberes superficiales; es necesario que nuestra conexión con lo divino sea profunda y genuina. Coexistir solo desde esa mirada terrenal y egoísta es altamente peligroso, ya que nos lleva a destruir incluso a nuestros próximos, a nuestros hermanos. Es necesaria una entrega total y auténtica en esa misión celestial, donde lo material debe estar en armonía con lo espiritual.