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Mi Parashá – Génesis 5:1

Como parte de la genealogía de Adán, estamos llamados a acercarnos a aquellos que, con sus historias de vida, reafirmaron nuestra conexión divina. El concepto de ser hechos a imagen y semejanza, por su resonancia, nos recuerda que cada “libro” donde se inscriben nuestras propias vivencias simboliza que nuestros actos afectan nuestra realidad tanto terrenal como, más aún, la del ámbito espiritual.

El término “toledot” (generaciones) implica no solo la descendencia física, sino también la transmisión de cualidades espirituales y la continuidad de la misión divina a través de las generaciones. Por ello, el libro de la vida debería entenderse como un registro espiritual de la misión particular y colectiva de la humanidad, comenzando con Adán.

El concepto de que el ser humano fue creado a semejanza de su Creador (בִּדְמוּת אֱלֹהִים, bidmut Elohim) no se refiere solo a una semejanza física, sino a la capacidad del ser humano para reflejar las cualidades divinas, como la compasión, la sabiduría y la justicia, lo cual nos otorga la responsabilidad de actuar como un reflejo de lo divino en el mundo, llevando a cabo la misión de Tikkun Olam (reparación del mundo).

El “día” de la creación (בְּיוֹם בְּרֹא, beyom bero) simboliza un momento de origen y potencial, ya que cada día de la creación corresponde a un aspecto diferente de las sefirot y la manifestación de la energía divina. Así, el día en que el hombre fue creado representa la culminación de la creación, cuando el mundo estaba listo para recibir a un ser capaz de reconocer y relacionarse con su Creador.

El término אָדָם (Adam), con valor numérico de 45, relacionado con la combinación de la tierra (אדמה, adamah) y el espíritu divino, simboliza la unión de lo físico y lo espiritual en el ser humano, reforzando la idea de que Adán, y por extensión toda la humanidad, es un ser complejo que combina cuerpo y alma, tierra y cielo. Es por ello que la semejanza דְּמוּת (Demut), con valor numérico de 450, sugiere la importancia de la similitud espiritual con el Creador, lo cual nos enseña que, al vivir de acuerdo con las cualidades divinas, como la bondad, la justicia y la sabiduría, el ser humano refleja esta “semejanza” en su vida diaria.

El mismo concepto de libro סֵפֶר (Sefer), con valor numérico de 340, nos relaciona con la idea de documentación espiritual y la preservación del legado divino, ya que el “libro de las generaciones” no es solo un registro genealógico, sino un documento espiritual que refleja la continuidad de la misión divina a través de la historia humana.

Así que nuestra propia conexión con lo divino nos lleva a revisar el papel que jugamos dentro de la continuación de la misión espiritual que comenzó con Adán, en donde cada uno de nosotros debe irradiar esa chispa divina que está dentro de nosotros y que nos llama a actuar como reflejos de Él en el mundo, manifestando las cualidades divinas en nuestras acciones diarias.

Se trata de reconsiderar cómo podemos vivir de manera que refleje nuestra semejanza con Él, denotando en el trato con los demás su amor, ya que nuestras propias decisiones deben contribuir al bienestar y la armonía en el mundo. Reconocer nuestra conexión divina nos da la responsabilidad y la oportunidad de actuar con compasión, justicia y sabiduría en todas nuestras interacciones.

Como almas conectadas a Su Espíritu, debemos transitar por diversos niveles y dimensiones para ir cultivando esa naturaleza espiritual que denota nuestra esencia y la misión que ello significa no solo en este mundo. Por lo tanto, nuestra alma נשמה (neshamá) debe unificarse a Su espíritu para completarse, lo cual requiere diferentes niveles o aspectos, en donde cada uno tiene una función y un propósito específico.

Los tres niveles principales son Nefesh (נפש), el nivel básico del alma que está relacionado con la vida física y las funciones vitales del cuerpo, en donde ella es la fuerza vital que anima el cuerpo; por ello, se asocia con los deseos, las emociones y los instintos. Se cree que su espacio reside en la sangre, por lo cual está conectada con el mundo material y los aspectos más instintivos de la vida.

Por su parte, el nivel Ruaj (רוח), Espíritu o Viento, nos asocia con las emociones, la moralidad y la personalidad, siendo este el puente entre Nefesh y Neshamá, conectando los aspectos físicos del ser humano con los aspectos más elevados, logrando que el alma se haga responsable del crecimiento espiritual y del desarrollo ético.

Así que el nivel Neshamá (נשמה) nos presenta ese aspecto más elevado que representa la conexión directa con el Creador y su chispa divina, la cual está en cada persona. Al conectarnos plenamente, logramos la comprensión intelectual articulada a la sabiduría espiritual, por lo que nuestra conciencia y la voluntad asumen el seguir los mandamientos divinos y buscar una conexión más profunda con lo divino.

No perdamos de vista que el término “espíritu” se asocia principalmente con Ruaj, pero también puede extenderse para describir aspectos más elevados del alma. Además de Nefesh, Ruaj y Neshamá, existen niveles aún más altos llamados Chaya y Yechidá, los cuales representan la “vida” asociada con el alma universal, conectada con la fuente de la vida misma.

Mientras que Yechidá es la unidad absoluta, el nivel del alma que está en total unidad con el Creador, lo importante para comprender es que la chispa divina está dentro de cada persona y que una parte del Creador habita en nosotros, permitiéndonos así comprender, aprender y conectarnos con lo espiritual.

Así que, guiados por el Espíritu en el mundo, nuestra alma intenta conectarse con Él, siendo necesario un crecimiento y desarrollo espiritual que nos lleve a comprender cómo interactuar de una forma equilibrada y consciente, alineándonos con nuestra misión espiritual, al nutrir tanto nuestra moralidad y emociones como nuestra conexión divina, llevando una vida plena al cumplir con nuestro propósito espiritual en el mundo.

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