
Mi Parashá – Génesis 5:11
Nuestra longevidad, desde la lógica divina, es una demostración de cómo estamos cumpliendo ese rol de ser transmisores del conocimiento acerca de la vida y de cómo dentro de ella la sabiduría divina es el canal de alineación para que dicha prolongación tenga un verdadero sentido.
No es casualidad que se crea que se aporta mucho más a los nietos que a los propios hijos, y que esos abuelos, a diferencia de cuando desempeñaban el rol de padres, ya cuentan con la madurez para que la guía de estas nuevas generaciones tenga un énfasis más trascendente.
El hecho de que Cainán viviera novecientos cinco años nos enseña, al igual que los otros ancestros que cumplieron su misión en la tierra, dejando un legado que perduraría a través de su descendencia. Es por ello que el número 905, al descomponerse en el 9 asociado con la verdad y la culminación, se articula al 5 para hablarnos de gracia y misericordia, representada por la letra “ה” (Hey) en hebreo.
Una vida que alcanza un equilibrio entre la búsqueda de la verdad (9) y la gracia divina (5) es un propósito clave que deberíamos asumir para cumplir esa misión espiritual asignada a cada individuo. Bendiciones que, aunque parecen materiales, no lo son, ya que se trata de usar nuestros dones y tiempo en la tierra para establecer un legado duradero, marcado por la verdad y la gracia.