Back

Mi Parashà – Génesis 5:9

Enós, quien representa a la humanidad en su fragilidad y mortalidad, nos enseña, al igual que todos nuestros demás ancestros, que somos portadores de la chispa divina, hilo o haz de luz que nos mantiene conectados con el todo inconscientemente, y del cual debemos hacernos cada vez más conscientes para que nuestra vida cobre ese sentido trascendente que nos llama a cada instante.

Seguir desorientados, como regularmente deambulamos, nos indica que quizá nuestro periodo de preparación y maduración, con sus ciclos, no nos está aportando los suficientes insumos necesarios. Probablemente por ello, nuestras actuales generaciones no se sienten tan responsables de traer un hijo al mundo, pese a que desde muy jóvenes convierten el acto de procreación en un placer adictivo.

Entender que estos primeros ancestros primero asumieron un proceso de preparación y maduración para engendrar a sus nuevas cimientes es asumir que no se trata de tener relaciones sexuales irresponsablemente, sino de hacerlo desde la sapiencia, sabiendo que se traerá una nueva vida al mundo fragmentado, y que esa nueva chispa de luz contribuirá a la unidad de lo contraído, integrándonos al Creador al asumir su voluntad como guía. De lo contrario, el mismo acto de engendrar se puede convertir en un contrasentido.

Enós maduró noventa años antes de engendrar a Cainán, y una vez alcanzó un nivel de sabiduría y estabilidad, tomó la decisión de continuar responsablemente con su linaje. El nombre “קֵינָן” (Qenan, Cainán) nos dice al respecto que la construcción y estabilidad de una familia, la misma que estructura una sociedad, requiere de un fundamento, el cual es exclusivamente nuestro Creador.

La raíz hebrea “קנן” nos habla de establecer o fundar un hogar, principal meta de nuestro proceso terrenal, ya que es a través del cumplimiento de ese mandato divino que concretamos la misión que nuestros ancestros iniciaron con nosotros, cimentando aún más la tradición espiritual que necesita de nuestro fraternal y servicial ejemplo.

El número 90, como los noventa años, leído desde la letra “צ” (Tsade), que representa la justicia o el justo (צדיק, tzadik), nos sugiere que Enós alcanzó su madurez cuando logró un nivel de justicia o rectitud, y que una vez se sintió preparado, engendró a Cainán, acto que aseguraría la continuidad de su linaje en una dirección espiritual positiva.

El nombre “קֵינָן” (Qenan), con un valor gemátrico de 210 (ק=100, י=10, נ=50, נ=50), gracias a la combinación que nos reflejan estas cifras, nos reitera que lo espiritual y lo material no se contraponen, sino que se complementan, ya que lo terrenal constituye esa base sólida sobre la cual se puede edificar una vida espiritual.

Piedra angular o estructura que desde Cainán nos invita a establecer en el día a día ese proceso de fortalecimiento tanto de nuestras estructuras mentales como de las espirituales, entendiendo que todo necesita de un tiempo de preparación y maduración antes de asumir cualquier tipo de responsabilidad.

Para alcanzar un nivel espiritual maduro, debemos revisar nuestro grado de justicia y rectitud en nuestras interacciones, ya que esos valores son cruciales para asegurar que lo que transmitimos a las generaciones futuras esté alineado con los valores divinos.

Leave A Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *