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Mi Parashá – Génesis 6:3

Es importante no perder de vista, gracias a los aportes de la gematría, que nuestras diversas traducciones, en muchas ocasiones, aunque contextualizan la intención del Creador, se sesgan no solo en nuestras interpretaciones y creencias, sino en un horizonte simbólico limitado y finito que no logra realmente expresar lo infinito e ilimitado de lo creado.

Esto no descalifica la traducción, pero sí nos invita a escudriñar más a fondo los mensajes del Creador, que deben iluminar nuestro entendimiento para que sea el Espíritu Santo quien nos proporcione los nuevos conocimientos para comprender, desde una lógica espiritual, lo que regularmente queremos interpretar como terrenal.

Las expresiones “לֹא־יָדוֹן רוּחִי בָּאָדָם” (Lo-yadon ruchi ba’adam), “יָדוֹן” (yadon, “contenderá”), (י = 10, ד = 4, ו = 6, ן = 40), “רוּחִי” con un valor de 60, (ruchi, “mi espíritu”) (ר = 200, ו = 6, ח = 8, י = 10), “בָּאָדָם”, con un valor de 224, y (ba’adam, “con el hombre”), (ב = 2, א = 1, ד = 4, ם = 40), con un valor de 47, nos llevan a buscar una relación conceptual con otras expresiones que arrojen valores de 332, para que desde esas relecturas asumamos esa reconexión entre el espíritu divino y el ser humano.

Entendemos que estamos llenos de limitaciones no solo por seguir haciendo parte de un espacio contraído, sino por nuestro propio pecado, que nos reproduce una especie de contención para poder acceder a esa conexión. La palabra “יָדוֹן” (yadon), que implica un juicio, pero a la vez lucha, es muy significativa a la hora de interpretar esa tensión natural entre lo divino y lo material, fruto de la necesidad de alcanzar un equilibrio que lo da nuestro libre albedrío.

Para complementar el análisis de todo el versículo, se hace preciso revisar los conceptos “בְּשַׁגַּם הוּא בָשָׂר” (b’shagam hu basar), “בְּשַׁגַּם” (b’shagam, “porque él”) (ב = 2, ש = 300, ג = 3, ם = 40) y “בָשָׂר”, con un valor de 345, y (basar, “carne”) (ב = 2, ש = 300, ר = 200), con un valor de 502, para que al sumar estos valores y conceptos podamos encontrar, gracias al número 847, que también suman otros conceptos similares, una analogía a través de la cual la gematría nos da la idea de que toda limitación humana, debido a nuestra naturaleza carnal, cumple un objetivo de crecimiento.

Esto, de alguna forma, nos indica que el castigo del pecado que hemos colocado sobre nuestras espaldas es más bien una oportunidad de superar los desafíos de la carne, “בָשָׂר” (basar), que con todas las limitaciones y debilidades inherentes a ella y a nuestra condición humana, también nos posibilita mantener las potencialidades que como criaturas del reino tenemos.

Así que el número 847, que nos habla de la dualidad entre lo elevado (345) y lo terrenal (502), nos sugiere igualmente que, aunque el ser humano tiene una conexión con lo divino, su naturaleza carnal lo limita en el propósito de lograr que su libre albedrío, que puede llevarlo al libertinaje, tenga unas barreras o llamados de atención para que aprenda y rectifique el rumbo.

Por ello, el mismo versículo nos habla de “וְהָיוּ יָמָיו מֵאָה וְעֶשְׂרִים שָׁנָה” (v’hayu yamav me’ah v’esrim shanah), expresión que, si la desglosamos teniendo en cuenta los aportes que para ello nos da la gematría, nos presenta a través del término “מֵאָה” (me’ah, “cien”) (מ = 40, א = 1, ה = 5), “וְעֶשְׂרִים” con un valor de 46, y el término (v’esrim, “veinte”) (ו = 6, ע = 70, ש = 300, ר = 200, י = 10, ם = 40), con un valor de 620, más el concepto de “שָׁנָה” (shanah, “años”) (ש = 300, נ = 50, ה = 5), con un valor de 355, que como suma total nos da 1021. Con esa cifra, podemos revisar otros conceptos, que la reducción de la vida humana a 120 años como limitación se convierte en una bendición debido a que necesitábamos de nuevas restricciones para poder crecer.

Era claro que antes de eso los ancestros vivían casi 900 años, pero que se tomaban casi 100 para madurar y engendrar, mientras las nuevas generaciones, al saberse hombres, querían tomar mujeres muy jóvenes por su belleza, lo que implicaba nuevas restricciones, valor gemátrico de 1021, para comprender que esa corta vida completa, visionada desde la eternidad, requería nuevos límites establecidos por lo divino.

Necesidad de ajustarnos rápidamente a vivir dentro de los confines de la moralidad y la espiritualidad, entendiendo que la vida es mucho más finita de lo que suponíamos y que, por lo tanto, debe ser vivida con un propósito. Así que, entendiendo la tensión entre lo divino y lo humano y esa lucha constante entre nuestra alma, la mente y la carne, se necesita un periodo de tiempo promedio para no perdernos y poder acceder a la misericordia divina, que desde la mirada de la justicia necesita de límites.

Él nos recuerda que nuestra existencia es finita y que debemos vivir con un sentido de propósito y alineación con lo divino, y es que, aunque somos carne y estamos limitados en tiempo y espacio, tenemos la capacidad de conectarnos con lo divino, ya que es a esa reconexión a la que debemos apostarle y el motivo que debe guiar nuestras vidas.

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