
Mi Parashá – Génesis 7
El concepto de “agua” (מַיִם, mayim) como flujo de la creación se articula de diversas formas en la visión de los cuatro mundos, que a su vez reflejan esos elementos fundamentales que, junto con el fuego, el aire y la tierra, consideramos como la esencia de esta dimensión terrenal. Al asociarse con la Chesed de las sefirot, el agua nos presenta la misericordia y bondad del Creador, reflejada en el Árbol de la Vida, nuestro Señor Jesucristo, quien se presentaba como agua de vida.
El agua simboliza la fluidez, la pureza, y a la vez la abundancia del Creador, siendo este principio fundamental y esencial tanto para nuestra existencia como para nuestro crecimiento en todos los niveles. El agua representa esa sabiduría divina que desciende de las alturas para dar vida a la tierra, fluyendo desde los niveles espirituales hacia el mundo terrenal, proporcionando sustento espiritual y guía.
No es casualidad que el agua sea un medio de purificación, y que rituales como la Mikvá judía nos llamen a distinguir entre nuestras búsquedas trascendentes, relacionadas con las “aguas superiores”, y nuestras expectativas mundanas, representadas por las “aguas inferiores”, que no solo nos separan sino que también nos dividen. Por ello, debemos trabajar diariamente por esa interconexión en la que la influencia de ambas fuentes nos incite a la armonía.
Mayim se escribe con las letras mem (מ), yud (י), y mem (מ), que tienen un valor gemátrico de 90 (מ = 40, י = 10, מ = 40), lo que proyecta la idea de un ciclo completo. El número 90, múltiplo de 10, representa la totalidad para nuestra espiritualidad, una perspectiva que nos incita a buscar en el flujo continuo de la vida esa sabiduría que se nos transmite a través de nuestros conocimientos. Por ello, necesitamos reconectarnos con Su Palabra para que esta alinee y reoriente las nuestras.
La letra mem en hebreo tiene un valor de 40 y aparece dos veces en mayim, lo que indica que lo que denominamos pruebas son en realidad incitaciones al cambio, a nuestra transformación. Esta es nuestra naturaleza, que se purifica con el agua tanto en lo espiritual como en lo físico.
Mantener esa pureza espiritual implica fluir con la guía divina, la cual nos llama a buscar permanentemente el equilibrio entre lo material y lo espiritual, entendiendo los cambios como llamados a nuestra purificación. Al igual que el agua, debemos estar dispuestos a adaptarnos y transformar nuestras vidas hasta alcanzar un mayor estado de conciencia y conexión con lo divino.
Aunque vivimos en un mundo físico, nuestras acciones deben estar alineadas con un propósito superior. La separación no implica alejamiento, sino la creación de un espacio donde ambos aspectos puedan coexistir en armonía, proporcionando un marco en el que podamos crecer y evolucionar espiritualmente.