
Mi Parashá – Génesis 7:10
La vida en sí es un tiempo de preparación para nuestra trascendencia, por lo que todos los grandes desafíos que enfrentamos y que, desafortunadamente, vinculamos a conceptos materiales relacionados no solo con nuestras necesidades básicas, sino con satisfactores y búsquedas que, en muchas ocasiones, son responsables de nuestras insatisfacciones, constituyen insumos importantes en la transformación de nuestras vidas.
Y aunque algunos de ellos no tienen razón de ser, ya que forman parte de sufrimientos inventados, este ciclo de crecimiento debe ser visto como un tiempo de introspección. Incluso que nuestras semanas laborales tengan ciclos de siete días es muy revelador al vislumbrar que a través de esos lapsos se dan esas renovaciones y que, por ende, deberíamos usar el séptimo día para reflexionar y arrepentirnos.
Cada semana se nos da, quizá, esa última oportunidad para alinearnos con lo divino antes de que lleguen las pruebas más fuertes o la misma muerte. Así que, aprovechando el baño diario en la ducha, superemos esos diluvios que en ocasiones hacen que nuestra conciencia entre en juicio, en pro de nuestra purificación.
Todos nuestros desafíos, mal valorados como dificultades, nos llaman a enfrentarlos con la confianza puesta en que dichos diluvios tienen el potencial de purificarnos y prepararnos para un nuevo comienzo, siempre y cuando los enfrentemos con una actitud de crecimiento espiritual guiados por la palabra del Creador.
De lo contrario, esa renovación, que a menudo entendemos como pruebas o hasta castigos, no logrará llevarnos a través de ese proceso de purificación y transformación, y no podremos utilizarla como una oportunidad, quedándonos con la queja reiterativa que clama por evitar un castigo que solo existe en nuestra mente, alejada de lo divino. Por ello, debemos purificarnos de lo que ya no nos sirve, abriendo nuestro espacio mental y espiritual para la nueva vida.
La misma Eva, que es mal vista como la responsable de nuestra caída, como esencia de nuestra fragmentación y portadora de mayor luz, nos ilumina y recuerda a través de nuestras mitocondrias, nuestro ADN, que aunque el pecado fluye en nuestra sangre, Su luz y aliento alimentan todas las células en cada respiración. Por ende, nuestro llamado es a integrarnos en lugar de seguir alejándonos.
El recurrente número siete nos llama a la completitud y a asumir el ciclo de la creación en pro de nuestro crecimiento. Así que, aprovechemos nuestro séptimo día como ese periodo de preparación y purificación antes del comienzo del juicio divino, sabiendo que es nuestro Señor Jesucristo quien nos servirá de abogado, por lo tanto, quien a través de la fe nos otorga desde ya la oportunidad final para la introspección y el arrepentimiento antes de que comience el proceso de purificación final.
Ya no habrá aguas en un diluvio (מֵי הַמַּבּוּל); ahora el juicio es de fuego, en donde el agua de vida representada por nuestro Salvador nos purifica gracias al derramamiento de su propia sangre. Así que, el nuevo pacto nos limpió de la corrupción de la tierra desde lo profundo. Nuestras desafiantes relaciones necesitan que ahora, moral y emocionalmente, nos mantengamos puros, para lo cual nos dejó el Espíritu Santo como instrumento de transformación.
Todo evento destructivo contiene un proceso de purificación necesario para la renovación del mundo, por lo que, antes de cualquier gran transformación o nuevo comienzo, es posible que enfrentemos un período de desafío o purificación que nos prepara para la siguiente fase de nuestro crecimiento espiritual. Por ende, ante la posible llegada del apocalipsis, los creyentes debemos aferrarnos a la roca.