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Mi Parashá – Génesis 7:3

Si el número siete significa completitud y perfección, es claro que la repetición de este en referencia a las “siete parejas” refuerza la necesidad de preservar la santidad en todos los niveles de la creación, incluyendo las aves del cielo, que simbolizan lo espiritual y elevado (עוֹף הַשָּׁמַיִם), ya que, como hemos estudiado en otros versículos, también simbolizan nuestras almas y esos aspectos del ser que están conectados con lo divino.

Todo lo que está “por encima”: shamayim, cielos, nos llama a preservar esa semilla espiritual sobre la tierra, lo que debe entenderse además como la necesidad de mantener lo espiritual activo y vital en el mundo material, en medio de nuestra dualidad “macho y hembra”, que resalta nuevamente en este contexto la importancia de la armonía, siendo la complementariedad de los opuestos fundamental para la creación y la vida.

Se trata de preservar y nutrir no solo lo físico, como creyentes, sino también lo espiritual, siguiendo las instrucciones de Noé que, al tomar siete parejas de aves para preservar su semilla, nos hace un llamado a cuidar y mantener vivas nuestras conexiones espirituales, asegurándonos de que nuestros pensamientos y acciones estén alineados con lo divino.

Por el contrario, no entender las consecuencias de nuestros actos, especialmente aquellos que dañan a otros a través de nuestra habla o de nuestros propios pensamientos, es desperdiciar esa permanente oportunidad cotidiana que nos llama al arrepentimiento y la purificación. La maldición y desconexión milenaria que, aunque se puede entender como otro llamado a la introspección y al regreso a la pureza espiritual, resulta frecuentemente desatendida.

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