
Mi Parashá – Génesis 7:8
Las palabras “tehorah” (טְּהוֹרָה), puro, y “eynennah tehorah” (אֵינֶנָּה טְהוֹרָה), no puro, tienen un valor gemátrico de 220, para expresar el grado de separación que existe entre lo puro y lo impuro, pero, a la vez, la necesidad de reconciliar estas dos fuerzas dentro de la creación.
No perdamos de vista que somos fragmentos de Su luz, divagando en ese espacio contraído que fue creado para nuestra coexistencia, aprendiendo dentro de ese escenario a coordinar nuestro libre albedrío, lo que implica conocer el mal y buscar ese equilibrio que se logra desde nuestro ser interior, arca que, como refugio temporal del alma, contiene tanto lo puro como lo impuro de este mundo, producto de la carne.
Es una metáfora en la que debemos entender que estamos viviendo una experiencia terrenal a través de nuestra alma humana y, aunque ella está presa de ese cuerpo y de una vasija mental oscura que alberga tanto inclinaciones buenas como malas, su tarea es hacerse consciente de dichas inconsciencias para poder transformarse y purificarse.
Se sabe que lo impuro no nos permite elevarnos hacia lo divino, por lo cual esa gravedad, que además entendemos como la ley que nos ata a este plano, nos recuerda que no debemos retroalimentarnos ni física ni mentalmente de dichos frutos que, pareciéndonos buenos y tentadores, terminan inclinando nuestro ser hacia lo impuro, con todo lo que ello significa.
Probablemente por ello la Torá le dedica casi todo un libro a los animales Puros e Impuros (טְּהוֹרָה – אֵינֶנָּה טְהוֹרָה), tal y como lo describe este versículo, llamándonos a comprender que lo puro (tahor) representa aquellos aspectos de la creación que están más alineados con lo divino, mientras que lo impuro (tameh) representa lo que está más alejado.
Lo importante quizá de entender, además de que esas impurezas nos perjudican y alejan, es que ambos tipos de animales son llevados al arca, lo que nos reitera la inclusión de toda la creación que, como plan del Creador, permite la armonía, así que estos también son necesarios para nuestra redención e incluso para el renacimiento del mundo.
Lo que como trasfondo nos expresa que la corrección hace parte del proceso de elevación espiritual, ya que necesitamos de lo impuro para poder reconocer lo puro, lo que bien entendido expresa que lo que es puramente bueno contiene insumos que involucran la transformación de lo impuro.
Somos impuros no como castigo, sino para que nuestra renovación purifique no solo nuestros seres fragmentados, sino también el mismo espacio contraído que se generó para crearnos, y con Él, a la misma creación. Por lo tanto, esa diversidad de la Creación (הָעוֹף – רֹמֵשׂ עַל־הָאֲדָמָה), que incluye las aves y a la vez los animales que se arrastran sobre la tierra, como la serpiente, nos está insinuando que la amplitud y diversidad de la vida en la tierra nos acoge, siendo necesario que nosotros la acojamos y equilibremos.
Cada criatura tiene un propósito y un lugar en el orden divino, por lo que esa inclusión con su diversidad en el arca sugiere que todas las formas de vida tienen un papel en el proceso de rectificación (Tikkun Olam) y que ninguna parte de la creación es insignificante. Esta inclusión simboliza la importancia de la redención y transformación espiritual de toda la creación, no solo de lo que es inmediatamente reconocible como bueno o santo.
Algunas partes de nosotros y de nuestros entornos pueden ser calificadas como “impuras” o “menos deseables”, pero ellas juegan un rol en nuestro crecimiento espiritual, necesitando cualificarnos con ellas para que tanto nuestras fortalezas y purezas, como nuestras debilidades e impurezas, se confronten transformándonos, y así todas las fuerzas contribuyen a nuestro desarrollo y a la realización del plan divino.
Al cambiar nuestra percepción de la pureza y la impureza, debemos ver más allá de las distinciones superficiales para participar en el proceso continuo de elevación y rectificación que abarca toda la creación, y que nos recuerda que el mal no es otra cosa que la ausencia o el alejamiento del Creador, lo que implica atender ese llamado para integrarnos a Él a través de Su obra.