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Mi Parashá – Génesis 7:9

Nuestro modelo mental de aprendizaje necesita de la repetición, hábitos a través de los cuales construimos costumbres, las mismas que consolidan nuestras creencias para que, a través de ellas, reproduzcamos unas realidades que, al ser compartidas como masa crítica, nos proyectan unos imaginarios que, con sus alucinaciones, le dan un sentido y no otro a nuestras existencias.

Esto implica que, si queremos transformaciones, es necesario reiterarnos estas nuevas palabras de nuestro Creador para que así podamos cambiar pensamientos, expresiones, actitudes, hábitos, costumbres y nuestras propias realidades, para lo cual necesitamos coexistir en la dualidad de nuestras vivencias, proponiéndonos encontrar la armonía dentro de ellas.

La entrada de los animales en parejas de macho y hembra en el arca nos recuerda que la creación se basa en la armonía entre opuestos que deben complementarse y, gracias a ello, se da la preservación de la vida, que dependerá siempre de mantener este equilibrio. Por lo tanto, el arca debería representar para nosotros, los creyentes, ese refugio donde podemos encontrar protección y orden en medio del caos.

Como Noé, nuestra obediencia a Sus mandatos nos enseña la importancia de alinearnos con Su voluntad, participando de esa forma en la preservación y rectificación del mundo. Para ello, es necesario seguir las instrucciones de nuestro Creador, las mismas que nos hablan de un orden y de unas vivencias que poco entendemos, pero que son trascendentales para nuestro crecimiento integral y general.

El desafío diario nos llama a reconsiderar permanentemente cómo mantenemos el equilibrio en nuestras vidas, tanto en nuestras relaciones como en nuestras decisiones, y cómo buscamos ese refugio espiritual a través de nuestras oraciones, para que sea Su Espíritu el que nos guíe, especialmente cuando, por nuestras propias impurezas, nos encontramos atravesando dificultades.

La unidad y la armonía son esenciales para nuestra supervivencia, pero a la vez deben ser las motivaciones para nuestra realización al alinearnos con los propósitos divinos. Por lo tanto, como “Noaj” (נֹחַ), cuyo valor es 58, que puede descomponerse en 5 + 8 = 13, debemos ser uno con Él a través de Su obra, vinculándonos a través del amor para que nuestro ser o arca, “teivá” (תֵּבָה), cuyo valor gemátrico es 407, que puede descomponerse en 4 + 0 + 7 = 11, y luego 1 + 1 = 2, entienda que esa dualidad significa la complementariedad de los opuestos.

La repetición de la expresión “shnayim” (dos) nos llama a entender la dualidad, en vez de quejarnos o reclamar por ella, ya que la creación misma se basa en la dualidad y el equilibrio entre opuestos: luz y oscuridad, masculino y femenino, espiritual y material. Esto se denota en el solo hecho de que los animales entraran en el arca en parejas de macho y hembra, en pro de ese equilibrio y unión de estos opuestos para la supervivencia y la continuidad de la vida.

Nuestra arca, cuerpo, mente, ser o incluso un espacio que decidamos que nos sirva de refugio, necesita de Su palabra, así que ella debe hacer vibrar nuestro microcosmos fluyendo con lo divino, para que al ingresar a ese estado de protección divina, no sea el egoísmo el que prime, sino la búsqueda de un orden que, partiendo de lo interior, debe irradiarse hacia lo exterior.

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