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Mi Parashá – Génesis 8:13

Cuando las aguas finalmente bajaron, permitiendo que la tierra seca volviera a ser habitable, se marcó para Noé el final del juicio del diluvio y el comienzo de una nueva era. Por ello, quitó la cubierta del arca y pudieron ver que la tierra estaba lista para renacer.

Expresiones como “שֵׁשׁ מֵאוֹת” (Shesh Me’ot – “seiscientos”) con un valor numérico de 640, “חָרְבוּ” (Charvu – “se secaron”) con un valor de 216 y “פְּנֵי הָאֲדָמָה” (Penei Ha’adamah – “la superficie de la tierra”) con un valor de 415, nos indican que el Creador se está revelando y manifestando permanentemente, pero somos nosotros quienes no queremos atenderle, y menos aún, entenderle.

El número seiscientos uno (“שֵׁשׁ מֵאוֹת וְאַחַת”) es significativo porque representa un nuevo ciclo tras la culminación de la era de juicio, denotándonos esa secuencia que, llevada a nuestro tiempo cronológico, nos indica que este tiene que ver con una continua transición que completa ciclos para enmarcar la preparación permanente para cada nuevo comienzo.

Dicho número, asociado con el inicio de una nueva era, nos recuerda que después de un tiempo de crisis o juicio, siempre hay un nuevo comienzo. Por ello, expresiones como “Charvu” (valor 216) y “Penei Ha’adamah” (valor 415) reflejan esa culminación de un proceso de purificación y la preparación del mundo para un nuevo ciclo de vida.

La apertura de la cubierta del arca y la visión de la tierra seca por parte de Noé simbolizan también la revelación de un nuevo mundo listo para ser habitado y cultivado. Este acto es profundamente significativo, ya que representa no solo la liberación física de las aguas del diluvio, sino también la revelación espiritual de un nuevo estado de conciencia y posibilidad.

Lo ideal es que, a través de cada relectura, asumamos la importancia de reconocer cuándo es el momento de salir del “arca”, es decir, cuándo es el momento adecuado para dejar atrás el refugio y comenzar a interactuar con el nuevo mundo que ha sido preparado para nosotros. El acto de salir y ver la tierra seca simboliza el coraje y la fe necesarios para avanzar después de tiempos de desafío.

El Creador nos llama constantemente a nuestra renovación, y así como Noé abrió la cubierta del arca y vio la tierra seca, nosotros también debemos estar atentos a los momentos en que se nos revele que es tiempo de comenzar de nuevo, confiando en que el proceso de purificación ha sido completado y que estamos listos para entrar en una nueva fase de nuestra vida con esperanza y determinación.

Nuestra apertura espiritual implica dejar que sea nuestra alma la que despierte a ese proceso de renovación, alejándonos de ese encierro terrenal que no nos permite vislumbrar la tierra seca del Edén por andar navegando en busca de puertos seguros inexistentes que dependen plenamente de la guía de nuestro Creador, quien es el único que nos puede llevar a ese punto de embarque.

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