
Mi Parashà – Génesis 8:21
Gracias a actos de alabanza como los de Noé, el Creador mantiene su plan redentor, que, aunque depende de un orden universal que incluye juicio y rigor, también está basado en su misericordia, lo que nos llama, como a Noé, a generar sacrificios gratos a Él, los cuales produzcan un “aroma agradable” a su deidad.
Esta es una razón poderosa para que prometiera no volver a maldecir la tierra ni destruir a todos los seres vivientes, transformando así nuestra relación con Él. Quizás por ello, los conceptos de “רֵיחַ” (Reaj – “aroma”) con un valor numérico de 218, “לֵב” (Lev – “corazón”) con un valor de 32, y “חַי” (Jai – “vida”) con un valor de 18, nos reiteran que ese olor, como aceptación divina, simboliza la paz, la reconciliación y la renovación.
Cuando se hace referencia a un aroma agradable: “רֵיחַ הַנִּיחֹחַ” (Reaj hanijoaj), dicha aceptación de nuestros sacrificios refleja que hay paz en nuestros corazones y, por ende, un deseo de reconciliación con Él y, al mismo tiempo, de renovación del pacto entre Él y nosotros como humanidad, todo gracias a la restauración y armonía que se produce después de un período de juicio.
Fruto de la misericordia y la compasión del Creador, y a pesar de nuestra inclinación hacia el mal, Él decide no volver a destruir la tierra ni a sus habitantes. Por el contrario, mantiene un pacto de reconciliación entre Dios y la humanidad que representa ese nuevo comienzo basado en la misericordia y el perdón.
Se trata de que nuestro corazón mantenga esa relación con lo divino, intentando que esa inclinación al mal desde nuestra juventud mengüe ahora gracias a la compasión y la paciencia, y a las oportunidades que nos brinda para crecer y mejorar. El arrepentimiento y la reconciliación nos reiteran que, aunque somos imperfectos y propensos a cometer errores, siempre existe la posibilidad de redención y un nuevo comienzo.
Él percibe nuestras intenciones y sacrificios sinceros, y responde con misericordia, permitiendo que sigamos adelante con nuevas oportunidades para hacer el bien. Por lo tanto, ofrezcamos lo mejor de nosotros de forma sincera, alineándonos con el bien, lo que nos lleva a un estado de gracia y armonía.