
Mi Parashá – Génesis 8:3
Todo nos llama a comprender que su misericordia nos guía a procesos de sanación y restauración, por eso, después de la caída, siempre podremos levantarnos. Esto significa que, tras el periodo de destrucción que simboliza el diluvio, las aguas comenzaron a retroceder, permitiendo que la vida empezara a resurgir.
En nuestras vidas, este proceso puede compararse con los momentos en que, después de una crisis, poco a poco recuperamos la estabilidad y la calma, guiados por la mano de lo divino. Por ello, expresiones como “וַיָּשֻׁבוּ” (Vayashuvu – “se retiraron”) con un valor numérico de 314, “הַמַּיִם” (Hamayim – “las aguas”) con un valor de 95, “מֵעַל” (Me’al – “de sobre”) con un valor de 110, “הָאָרֶץ” (Haaretz – “la tierra”) con un valor de 296, “חֲמִשִּׁים” (Chamishim – “cincuenta”) con un valor de 100, y “מְאַת” (Me’at – “ciento”) con un valor de 441, nos hablan de esa intervención divina en todo lo que ocurre en nuestras vidas.
Esa intervención divina respeta nuestra voluntad, pero está allí para guiarnos, ya que existe un orden que, con sus leyes, nos ajusta a esa voluntad. Así que ir en contra de ella no tiene sentido. Sin embargo, esa rectificación no es un castigo, sino que, como sugiere el número 314, que corresponde a “שדי” (Shaddai), otro de los nombres del Creador, su intervención en el proceso de restitución y estabilización de la tierra estaba acompañada por su misericordia.
Este retroceso no es solo un evento físico, sino también espiritual. Por ello, cada número y palabra nos hablan de un proceso más profundo de purificación y renacimiento, de lo cual podemos aprender que, en medio de las pruebas, siempre hay un camino de regreso a la paz, donde la mano del Creador guía nuestro camino hacia una nueva vida llena de posibilidades.