
Mi Parashá – Génesis 8:5
Después de la tempestad llega la calma, lo que significa que si dejamos de enfocarnos en la prueba y vislumbramos el resultado que obtendremos por nuestros esfuerzos, el mismo desafío nos permitirá disfrutar de alguna forma del proceso. Esto también nos recuerda que todo menguará si confiamos en Él, como lo muestra este versículo con la disminución de las aguas hasta que se empezaron a ver nuevamente las cimas de los montes, lo que simboliza la recesión del diluvio.
Las expresiones “וְהַמַּיִם” (Vehamayim – “y las aguas”) con un valor numérico de 101, “הָיוּ” (Hayu – “eran”) con un valor de 21, “נִרְאוּ” (Nir’u – “aparecieron”) con un valor de 322, “רָאשֵׁי” (Roshei – “cimas”) con un valor de 511, y “הֶהָרִים” (Heharim – “los montes”) con un valor de 260, nos llevan a profundizar en estos conceptos de revelación y aparición.
El número 322, asociado con “נִרְאוּ” (Nir’u – “aparecieron”), simboliza una revelación después de un período de ocultamiento.
La visión de las cimas de los montes es una bella metáfora para entender que la revelación de la verdad ilumina nuestro entendimiento, de modo que, después de un tiempo de oscuridad o incertidumbre, esta nos aporta nuevas luces sobre la nueva realidad.
Nuestro tiempo, como forma secuencial de minimizar el ímpetu de la eternidad, representa dentro de esa línea temporal un proceso gradual de revelación, donde nuestro entendimiento dormido hace que nuestra alma vaya clarificando esa nueva realidad que antes no percibía.
Así como las aguas retroceden y las cimas de los montes comienzan a ser visibles, nosotros también pasamos por procesos en los que, después de tiempos de confusión o dificultad, la claridad y el entendimiento comienzan a emerger. Por ende, nuestra conciencia empieza, gracias a la sabiduría divina, a entender el propósito de lo que estamos vivenciando, reconociéndose dentro de esa nueva realidad.
Esta revelación va más allá de lo físico, donde las “cimas de los montes” deberían interpretarse como las cimas del entendimiento o la conciencia, que se hacen visibles cuando las “aguas” de la confusión y el caos disminuyen. Es por ello que nuestras vivencias forman parte de esos procesos que, con sus ciclos, nos van otorgando la clarificación necesaria. Aunque nos parezca lenta, es constante y nos va llevando a una mayor comprensión y a una conexión más profunda con la verdad espiritual.
Se trata, por tanto, de ser pacientes. Este proceso, para el cual las dificultades son fundamentales, nos denota la importancia de esos procesos terrenales de crecimiento, que, si se los permitimos, nos van arrojando la claridad necesaria que llegará gracias a la secuencialidad de instantes que se suman con el tiempo, para revelarnos esas “cimas” de conciencia divina que nos guiarán en nuestro camino espiritual.