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Mi Parashá – Génesis 9:1

Hay un antes y un después de nuestros diluvios personales, momentos en los que, como en el caso de Noé y su familia, se reconocen con más claridad las bendiciones del Creador, esas que nos guían para poder atender sus instrucciones, las mismas que a menudo confundimos y que nos han llevado a malinterpretar su deseo de ser fecundos, multiplicarnos y llenar la tierra de más almas fragmentadas, con la idea de tener sexo indiscriminadamente.

El mandato original dado a Adán ha sido el mismo, aunque el contexto cronológico y espacial de nuestra humanidad sea distinto, como en el caso posterior del diluvio, en donde la familia de Noé se encontraba en condiciones renovadas frente a una tierra purificada. Sin embargo, seguimos desaprovechando su misericordia al obviar estos y otros mandatos básicos que nos rigen.

Expresiones como “בָּרֶךְ” (Barech – “bendijo”), con un valor numérico de 222; “פְּרוּ” (Peru – “sed fecundos”), con un valor de 286; y “וּרְבוּ” (Urvu – “multiplicaos”), con un valor de 208, nos hablan de esa necesidad de equilibrio que debemos alcanzar los seres humanos para poder reconectarnos con esa armonía divina. Quizá por ello esa bendición para Noé y sus hijos, entendida más allá de un mandato de reproducción, puede llevarnos a pensar en la promesa de prosperidad y estabilidad en el nuevo mundo que ellos estaban destinados a poblar.

Entender cada nuevo momento como una oportunidad de renovación es, a la vez, llenarnos de esa esperanza que nos reafirma el compromiso que Él tiene con nosotros como humanidad. Esto también nos recuerda que es nuestra misión continuar con la vida y poblar la tierra para que esa bendición, como instrucción, aporte en nuestro llamado espiritual a participar en la creación en pro de contribuir al crecimiento y desarrollo de un mundo que ha sido renovado.

“בָּרֶךְ” (Barech) y “פְּרוּ וּרְבוּ” (Peru urvu) desde la gematría nos llevan a la idea de que la vida no solo se expande físicamente, sino también espiritualmente. Por ello, debemos mantener esa bendición divina que es el fundamento, siendo entonces esa invitación un mensaje para hacerlo con bondad, justicia y santidad, para que así nuestras propias bendiciones se articulen con nuestras responsabilidades.

Debemos contribuir al crecimiento y mejoramiento de nuestras comunidades y del mundo en general. Por lo tanto, nuestras bendiciones deben entenderse quizá como deudas por pagar, sí, como tareas para multiplicar lo bueno en el mundo, expandiendo nuestra influencia positiva, nuestras ideas y nuestras acciones en un sentido más amplio, asegurándonos de que lo que creamos y cultivamos en este mundo esté alineado con los principios de justicia, amor y compasión que el Creador desea que proliferen.

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