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Mi Parashà – Génesis 9:19

La expresión “שְׁלֹשֶׁת” (sheloshet), que simboliza el número “tres”, con un valor de 733 (ש=300, ל=30, ש=300, ת=100), se relaciona con los conceptos de plenitud y completitud de la creación. Al complementarse con la palabra “נָפְצָה” (nafetzah), que significa “pobló” o “esparció”, con un valor gemátrico de 235 (נ=50, פ=80, צ=90, ה=5), se nos presenta la idea de expansión y multiplicidad, donde todo deriva de una fuente común que debe propender hacia la unidad.

El número “tres” representa equilibrio y armonía, por lo cual está asociado con la sefirá de “Tiferet”, que significa belleza y compasión. Desde esta perspectiva, los tres hijos de Noé representan diferentes aspectos de la humanidad, que dentro del plan divino deben complementarse para alcanzar esa unidad que forma un todo completo y equilibrado.

El número tres, que para los creyentes se asocia con la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela de manera más clara a través de este versículo con los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, antepasados de toda la humanidad postdiluviana. La tierra fue poblada a partir de estos tres hombres, lo que nos da la idea de la unidad que debe alcanzar la creación, y por ende la humanidad, hermanada en un origen común que denota que no hay razón para seguir hablando de fronteras y naciones.

Se trata de entender, a través de esa Trinidad, la interconexión entre todos los seres que conformamos la creación: los vivos, humanos, pero también los celestiales, ya que todos somos descendientes de un mismo origen, de una esencia fragmentada. Gracias a este mensaje, debemos ser conscientes de nuestras acciones y el impacto que tienen en toda la creación debido a nuestra conexión intrínseca.

Formamos parte de una misma esencia, de Su unidad, y como humanidad somos Sus hijos; por ende, nuestra responsabilidad es compartida con Él. A pesar de nuestro pecado, de sentirnos separados, de enmarcar nuestras diferencias, todos compartimos un origen común y estamos interconectados. Esto nos llama a actuar con compasión y responsabilidad hacia los demás, reconociendo que nuestras acciones afectan no solo a nosotros mismos, sino a toda la humanidad.

Se trata de trabajar por la unidad y la paz, siendo guiados por el Espíritu Santo, para que a través de la fe en nuestro Salvador podamos retornar al Padre, quien bendijo nuestras experiencias diferentes al darnos unos dones que debemos colocar al servicio de todos, aportando a esa creación total de la que somos parte. Así, nuestras decisiones y acciones contribuyen al bienestar general colectivo.

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