
Mi Parashà – Génesis 9:26
Este versículo sigue la maldición sobre Canaán y se enfoca en una bendición para Sem, el hijo de Noé. Noé bendice a Dios, identificándolo específicamente como el “Dios de Sem”, lo que otorga a Sem un estatus espiritual especial en la narrativa bíblica.
La bendición “בָּרוּךְ” (barukh), cuya raíz es (ברך, baraj), se relaciona también con el concepto de “rodilla”, lo que sugiere un acto de reverencia y humildad ante lo divino. Por ello, su valor gemátrico es de 228 (ב=2, ר=200, ו=6, ך=20), relacionado con la plenitud, lo cual también nos habla de nuestra capacidad para recibir esas bendiciones divinas.
Por lo tanto, la bendición que Noé dirige al Creador debe verse como un reconocimiento de la soberanía divina y la fuente de todas las bendiciones. El “Dios de Sem” (אֱלֹהֵי שֵׁם, Elohei Shem) nos revela, a través de cada una de esas manifestaciones divinas, un aspecto diferente de nuestro Creador. Al acompañarse del término Sem (שֵׁם, Shem), con un valor gemátrico de 340, se refuerza la idea de que Sem tiene un papel especial como portador de esa esencia, lo que sugiere una conexión profunda y una responsabilidad espiritual única.
La repetición de la servidumbre de Canaán (עֶבֶד, eved) en este versículo subraya el contraste entre la bendición dada a Sem y la maldición que recae sobre Canaán, un contraste que debe interpretarse como una lección sobre la importancia de honrar las relaciones familiares y espirituales, y las consecuencias de no hacerlo, por lo cual debemos aprender a reconocer y honrar nuestras relaciones.
Todas las bendiciones son actos de conexión con lo divino; por ende, al bendecir al Creador, también nos abrimos a recibir Sus bendiciones, asumiéndolas con la gratitud y la reverencia que provienen de reconocer que Él es la fuente de todas las bendiciones. Esto nos llama a actuar con integridad y a ser conscientes de cómo nuestras palabras y acciones pueden bendecir o maldecir a los demás, y a optar siempre por contribuir al bienestar y la armonía en nuestras relaciones.