
Mi Parashà – Génesis 9:3
Quienes leen estas líneas como una especie de permiso divino para consumir, haciendo una gran distinción respecto a los hábitos del Jardín del Edén, donde se supone que la dieta era más vegetariana, quizá obvian que la transición subrayada aquí nos llama a comprender nuestra involución espiritual, la cual está ligada a intentar visualizar ese respeto y reconocimiento que deberíamos tener hacia la vida de las otras especies, a las cuales, al verlas como alimento, estamos llevando a un sacrificio de vida.
Para entender mejor la visión que este versículo nos quiere aportar, es preciso analizar la expresión “para vosotros”, “לָכֶם” (lakhem), con un valor gemátrico de 90 (ל=30, כ=20, ם=40), que nos lleva a la palabra “מַיִם” (mayim, agua), para denotarnos esa conexión entre la vida, representada por el agua, y el alimento, que por nuestra caída ahora incluye carne de otros seres vivos. Esto nos llama a cuidar el agua como esencia de vida, así como debemos hacerlo con aquello que consumimos, lo cual exige no solo respeto, sino la santificación de estos.
Cada acción, incluida la de comer, debe hacerse con conciencia espiritual, lo que significa que, más allá de lo que para nosotros simbolice el comer carne, debemos tener muy claras las implicaciones espirituales de lo que ingerimos, ya que cada una de nuestras elecciones alimenticias se une a nuestro ser, afectándonos integralmente. Es necesario que entendamos que debemos nutrirnos de todo lo que nos conecte con lo divino y no de lo que añada más impurezas a nuestro ser.
Tener en cuenta la sacralidad de la vida y el respeto que debemos tener por lo que consumimos implica reconocer que en todo hay chispas divinas, pero que al ingerir ciertos alimentos estamos preservando ese equilibrio o, por el contrario, estamos desperdiciando la oportunidad de vivir de manera más consciente y respetuosa, reconociendo la interconexión de todas las formas de vida y nuestra responsabilidad hacia ellas.