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Mi Parashà – Génesis 9:5

La santidad de la vida no es solo humana, ya que tiene un valor supremo debido a que contiene fragmentos de la esencia de ese ser dador de la misma. Por ello, cuando Él nos declara que exigirá cuentas por la vida humana, tanto si es tomada por un animal como por otro ser humano, se establece a través de este principio una base ética profunda en la que la vida debe ser protegida.

La vida humana es un reflejo de la vida divina, y cualquier acto de violencia contra un ser humano es un acto de violencia contra la imagen del Creador. Por lo tanto, debemos asumir la responsabilidad de proteger la vida y, con ella, reconocer la importancia de cada alma en sus diversos niveles y dimensiones.

La nefesh (vida) tiene un peso inmenso, y cualquier derramamiento de sangre no solo afecta al individuo, sino que tiene repercusiones cósmicas y espirituales. Por ello, la expresión “de mano de cada uno de su hermano”, “מִיַּד אִישׁ אָחִיו” (miyad ish achiv), refuerza la idea de la responsabilidad colectiva y la interconexión entre los seres humanos.

Cada vida es preciosa, y el derramamiento de sangre tiene un impacto profundo no solo en el mundo físico, sino también en el espiritual, lo que nos llama a una mayor conciencia de nuestras acciones y a valorar la vida de los demás como una extensión de la nuestra.

Quizá por ello, incluso nuestra justicia humana, aunque egoísta, busca la protección de la vida, instándonos a asumir la responsabilidad de nuestras acciones y a comprender que cada vida es sagrada y tiene un propósito divino.

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