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¿Entendimiento?

El Texto de Textos nos revela en Proverbios 2:5, “porque el Señor da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de sus labios”.

Nuestras palabras contienen la decodificación espiritual, en la cual cada signo lingüístico nos ofrece una manifestación que corresponde a un objeto imaginario dentro de un mundo que debería concordar con la realidad celestial y la esencia del Creador. De ello se desprende que sus revelaciones nos indican que formamos parte de esos atributos descritos por la simbología hebrea, la cual, como senderos iluminados, guía nuestra integración con el Todo. Por ello, el Árbol de la Vida y sus Sefirot (ספירות) representan las chispas de luz que nos brindan la posibilidad de reconocernos más allá de las interpretaciones limitadas y cifradas, las cuales otorgan a nuestras vivencias ideas discordantes frente a su realidad.

Nuestra alma interpreta otra realidad que comparte con otros seres, gracias a un alfabeto que, con sus ilusiones alejadas de Su Palabra, solo reproduce un imaginario egoísta. Por ello, es necesario que, a través de Su Espíritu, nos reconectemos con Él mediante esos destellos de Su Haz de Luz, los cuales iluminan nuestras oscuridades, las mismas que se magnificaron para la humanidad con la confusión de las lenguas de Babel (בבל). Resulta entonces imprescindible transformar nuestro lenguaje, lo que implica releer los textos bíblicos hasta iluminar nuestras mentes como creyentes para ser guiados por Él.

Aceptar que somos producto de una narración, de esa Palabra del Creador, entendiéndola como energía de vida que le otorga movimiento al universo mismo, debería motivarnos a comprender que, desde su primera letra y palabra —bereshit (בְּרֵאשִׁית), como encabezado y raíz—, se proyecta la idea de rosh (ראש), “cabeza”, con el fin de que utilicemos ese asiento del intelecto y del entendimiento, núcleo de nuestra identidad humana, para comprender mejor Su Plan. Al ser creados a Su imagen, nosotros, esclavos de nuestras mentes, debemos llenar con Su Luz y Palabra nuestro ser, corazón y vida.

Fuimos creados por Su Palabra, demut (דמות), lo cual explica que, desde Adán (אדם), se combinan esos signos lingüísticos, como movimientos en nosotros, dam (דם), “sangre”. Así, aquello que se contaminó al desobedecer en el Jardín del Edén, profanando esa semejanza divina y desatando una confusión que reprodujo el pecado en todo nuestro linaje, nos permite recrearnos en Su Palabra actual de forma distinta, fruto de alinearnos con esas mismas 22 letras o símbolos, para consolidar nuevos imaginarios que nos otorguen interrelaciones e intercambios comunicacionales armónicos.

Esa sangre (dam) de nuestro Señor Jesucristo, el segundo Adán, derramada en la cruz, nos devolvió esa semejanza divina (demut), para que así nuestra vasija mental, que recibe la luz de esa Palabra del Creador, sea la que nos refleje, a través de ese utensilio corporal, el surgimiento de lo que reconocemos como nueva vida. Gracias a esas nuevas combinaciones y movimientos divinos decodificados, al recrearnos con sus proyecciones lingüísticas, traduciremos otros imaginarios sonoros, otra realidad, una nueva verdad que le otorgue un nuevo sentido a nuestro actual entendimiento: biná (בִּינָה).

El Texto de Textos nos revela en Juan 1:7, “Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. 

Oremos para que la palabra del Creador ilumine nuestro diario entendimiento.