
Mi Kabbala – Elul 16 – jueves 19 de septiembre del 2024
¿Releer?
El Texto de Textos nos revela en Ezequiel 9:4, “y le dijo el Creador: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella”.
Cada signo lingüístico del alfabeto hebreo original contiene esas chispas de luz que iluminan nuestro entendimiento y se convierten en palabras, frases, y, sí, en una comunicación que consolida nuestra realidad. Por lo tanto, la vigésima segunda y última letra de ese alfabeto, Tav (ת), Tau o Τ del alfabeto griego, pronunciada como θ o T en el abecedario latino, nos proyecta como signo una marca o cruz, que, para los estudiosos, explica por qué es uno de los signos más antiguos de la humanidad. Tanto es así que se encuentra en grutas prehistóricas, siendo, por ende, uno de los grafismos más antiguos, incluso en el antiguo Egipto.
Tav es, entonces, esa marca o sello divino que, como primer signo, se menciona en la Biblia, representando la culminación de la creación y de todas las cosas creadas. Por ello, también se cree que este signo representa el final de una enseñanza, pero, a la vez, una iniciación o un paso hacia la perfección. Es, al mismo tiempo, el resumen de todo en el todo, lo que la ciencia denomina “los absolutos”. Así, para otras interpretaciones, este símbolo es el misterio revelado directamente al alma y, por ende, lo podríamos entender, como creyentes, como el camino completo y nuestra meta (מַטָּרָה, matará).
Tav, como imagen de una cruz, debe entenderse como la absoluta perfección de la creación. Por ello, se le compara con Shin (שׁ), otro signo lingüístico que, unido a Tav, permite que el aliento dinámico produzca la diversidad de las formas. Al comprender estos simbolismos, llegamos más fácilmente a esa verdad, la sabiduría que es la culminación de todo en la vida: la palabra creadora. Gracias a estas letras y los movimientos ejecutados por la vibración de las mismas, se nos presenta una especie de red (רִשְׁתּ, rishet) que nos integra para complementarnos, formarnos y estructurarnos conforme a Su plan.
Todo nos revela ese propósito para con nosotros, pero no queremos atender a sus manifestaciones, prefiriendo distraernos en otro tipo de percepciones. Aun así, sus señales siguen ahí, intentando guiarnos a través de mensajes simples que, aunque no concuerdan con nuestras alucinaciones y expectativas, nos aportan lo que significa que nuestra tarea voluntaria es obedecerle y permanecer fieles a sus mandatos, asumiendo esos preceptos de Su palabra como nuestra luz cotidiana. Asumimos que cada signo lingüístico de este Texto de Textos ilumina nuestra conciencia (“מודעות”, modaút).
Si asumimos la posición de aprendices, seres a quienes todo lo que les sucede les otorga una enseñanza, y gracias a dichas reflexiones, producto de la oración, el estudio de la Biblia y la guía del Espíritu Santo, atendemos a sus manifestaciones. Al integrarnos como sus hijos, primero con nosotros mismos, luego con nuestros prójimos y, gracias a ese proceso, con la misma creación, vislumbramos en esos destellos, con sus chispas de luz, la posibilidad de salir de nuestras egoístas oscuridades (חֹשֶׁךְ, jóshéj).
El Texto de Textos nos revela en Hechos 5:30, “El Creador de nuestros padres levantó a Jesucristo, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. 31 A éste, el Creador ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”.
Oremos para que atendamos las diarias señales que el Creador nos presenta.