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Mi Kabbala – Jeshván 1, 5785 – Sábado 2 de noviembre del 2024

¿Lluvia?

El Texto de Textos nos revela en Génesis 9:11, “Yo establezco mi pacto con vosotros, y nunca más volverá a ser exterminada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra”.

El concepto de lluvia, גֶּשֶׁם (geshem), más que un fenómeno natural para algunos creyentes, denota Su piedad y misericordia como ese deseo de nuestro Creador de renovarnos, refrescarnos y limpiarnos. Es Su Santo Espíritu la mejor analogía para que podamos purificarnos de esas impurezas que se adhieren a nuestros seres como producto de nuestras inconsecuencias, que nos llevan, como humanidad, a preocuparnos poco o nada por alabarle, enfocándonos en la abundancia de nuestros veranos, aquellos que nos hacen presumir de estar llenos, siendo la sequía la que nos lleva, con plegarias, a buscar esa “agua de vida.”

El mes de Jeshván (חֶשְׁוָן), llamado también Marjeshván (מַרְחֶשְׁוָן), es el segundo del calendario moderno y el octavo si se toma en cuenta el antiguo calendario que comienza en Nisán. Más que una festividad, es una conmemoración que, al simbolizar los bul, frutos o productos, nos reitera que la tierra fértil, la multiplicación del ganado y la renovación de la vida dependen de Él, quien hace que todo florezca, Iebul. Para ello, tenemos que aportar trabajando la tierra, arándola y sembrándola para poder recibir esos frutos, dejando que Él, a través de la lluvia de Su aliento, haga que el proceso llegue a buen término.

Son ciclos que nos cuestan asimilar, aunque de esta labor es de donde se extraen nuestros alimentos diarios, aquellos que nos nutren, nos dan salud y vida. Es una razón de peso para que el Creador nos recuerde, con la lluvia, nuestra necesidad de purificación. Por ello, desde Noé y el diluvio (mabul, de la raíz bul, למבול), se nos invita a apreciar en el rocío y en las lluvias no un castigo ni algo perturbador, sino una motivación para esa renovación, alejándonos así de la corrupción. Quizá por eso Ezequiel יְחֶזְקֵאל‎ nos llama a no temer, sino simplemente a confiar en el Creador, nuestro proveedor.

Quienes en símbolos como el del escorpión, asociado con el signo de Jeshván, nos reiteran que allí se nos insinúa que, sin Él, sin Su rocío (tal, טל) y sin las lluvias, viviríamos como ese animal: en desiertos, sedientos, picando con nuestro veneno a otros. De allí la importancia de vislumbrar en el arco iris ese pacto que nos sirve para dejar de comportarnos de manera opuesta a Su voluntad y retomar el camino de la purificación diaria con Su agua de vida eterna, antes de que lleguen los días de fuego en los que sus destellos generarán juicio y ya no podremos saciarnos de Su Espíritu, que, con esas gotas de lluvia, nos otorga las porciones que necesitamos para sentirnos plenos.

Rocío y lluvia (matar, מטר) representan dos aspectos opuestos de la energía divina, por lo cual, en el camino de toda persona, la lluvia simboliza el esfuerzo hacia una meta, y el rocío, la cualidad de la anulación propia que la equilibra. La lluvia es ese aspecto que tiene que ver con la vida, esa que permite que las plantas crezcan y que todo florezca. Con estas analogías se busca que nosotros intentemos renovarnos interiormente, aprendiendo de aquellos ancestros que se purificaban recolectando agua en cuencos, jarras o recipientes, logrando, con sus ejemplos y esfuerzos, expandir aún más su Luz.

El Texto de Textos nos revela en I de Pedro 3:20, “quienes en otro tiempo fueron desobedientes cuando la paciencia del Creador esperaba en los días de Noé, durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvadas por medio del agua”.

Oremos para que nuestras vidas sean lluvias de bendiciones.

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