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Mi Kabbala – Jeshván 20, 5785 – Jueves 21 de noviembre del 2024.

¿Poder?

El Texto de Textos nos revela en Isaías 50:4, “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”.

Cada letra, como signo divino, contiene un trazado y una señal que, a través de su significado, encierra un concepto capaz de reproducir una imagen o un mensaje. Este mensaje, a su vez, se interpreta de manera personal, conforme a los conocimientos y creencias de cada quien. Por ello, la letra Álef (א), primer símbolo del alfabeto, mediante sus destellos, genera los movimientos lingüísticos que percibimos a través de nuestro entendimiento. De esta manera, la letra Bet (ב), como segunda señal, enciende esos conocimientos, que debemos transformar en el reconocimiento de Su Palabra: bendición, berajá (ברכות), que nos guía de vuelta a nuestro destino.

Con nuestra mente, leemos estas chispas de luz que provocan un despertar interior y, al mismo tiempo, una regeneración de Su esencia. Esto ocurre porque el pecado nos hizo perder la comunicación con el Padre Celestial. En consecuencia, estas señales, como Bet (ב), resignifican nuestra forma de acercarnos a Él gracias al movimiento de esos signos lingüísticos que, al integrarse, forman palabras como bayit (בַּיִת), que significa casa o habitación. Estas ideas nos permiten reconocer cómo liberarnos de la esclavitud y oscuridad que nos sofoca, gracias a esa iluminación que, percibida como información, nos llama a ser parte de Su obra.

La semántica y sus significados orientan nuestras vivencias, disipando la confusión. Así, a través de la grafía y los trazados de estas letras, encontramos un punto de partida hacia un sentido trascendente. Cada signo, junto con sus significantes, ilumina nuestro caminar. En este contexto, la letra Bet, asociada a la gematría del cuadrado, nos invita a crecer en ese hogar, bayit (בַּיִת), que como núcleo familiar, mishpajá (משפחה), se convierte en eje central de nuestras vidas. Este vínculo de amor fortalece nuestra voluntad y nos moviliza hacia nuestra última morada a través de esos reflejos de Su luz.

El nombre Caleb (כָּלֵב‎) nos recuerda, a través de las experiencias relatadas en la Torá, que Él nos acompaña en este breve proceso terrenal. Este proceso solo ofrece destellos de esa realidad celestial, fruto de Su narración lingüística. Por ello, nuestra imaginación necesita de estas chispas de luz para que nuestras expresiones se alineen con aquello que, en lugar de distraernos, fortalezca nuestra confianza en Su guía. Esto nos lleva a tener especial cuidado no solo con lo que pensamos y decimos, sino también con el poder que atribuimos al significado de nuestras palabras, ya que estas le dan el sentido a nuestras intenciones.

Él está presente en nuestro cuerpo, como templo, en nuestras casas, iglesias, ciudades y, en general, en nuestras vidas, iluminándonos con Su haz de luz. Sin embargo, somos nosotros quienes decidimos si lo acogemos o, por el contrario, nos dejamos seducir por la parte de nuestra dualidad que, como principio rector de la creación, hoy nos cogobierna. Esta dualidad nos fragmenta, aunque coexistamos con Su fluir como fuerza motriz, me’od (מְאֹד), de lo creado. Es necesario, entonces, que libremente nos acojamos a esa unidad creativa, en busca de nuestro renacimiento y en comunicación constante con Él.

El Texto de Textos nos revela en Juan 8:7, “Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra”.

Oremos para que todo nos simbolice nuestro hogar celestial.

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