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Mi Parashá – Génesis 4:8

Caín, como la mayoría de los seres humanos, no escuchó; por lo tanto, generó una de las repetidas tragedias que caracterizan nuestras realidades y que nos conducen a guerras, incluso denominando algunas como santas, haciendo que la muerte parezca ser lo único que nos confronta, ya que la vida parece no importarnos.

Este asesinato denota nuestra incapacidad para controlar nuestras decisiones, permitiendo que las fuerzas oscuras del pecado nos dominen. Este texto nos llama a revisar cuidadosamente nuestras intenciones o inclinaciones, que a veces disfrazamos desde diferentes perspectivas, cuando en realidad son negativas al punto de controlarnos, hacernos adictos, es decir, nos desconectan del Creador y nos llevan a nuestra autodestrucción.

Desde nuestra caída, el pecado nos ha llevado a lo más profundo y lejano del Creador, contaminando nuestro ser y haciendo que, en lugar de fluir en agua de vida, lo hagamos en sangre. Esa misma sangre que no deberíamos derramar, lo hacemos indiscriminadamente. Quizá por ello, el acto físico de asesinar es la mayor demostración de la desconexión total del amor fraternal y de la unidad humana.

Este punto de inflexión en nuestra propia historia solo demuestra nuestra ruptura con la armonía divina, convirtiendo elementos como el dolor en sufrimientos innecesarios y nuestros conflictos en una suma contradictoria de experiencias que contaminan no solo nuestra memoria, sino también nuestros genes.

Información genética que, por nuestra desconexión, nos desinforma. Esa misma palabra “הֶ֣בֶל” (Hevel – Abel), con su valor numérico de 37, nos reitera que nuestras impurezas son la mayor muestra de nuestra falta de espiritualidad. El asesinato y otros crímenes son la mayor demostración de lo alejados que estamos del Creador y, por ende, los únicos responsables de nuestra autodestrucción, fruto de nuestra corrupción.

La palabra “וַיַּהַרְגֵֽהוּ” (vayahargehu – y lo mató) tiene un valor numérico de 224, indicándonos que el juicio y la severidad deben estar equilibrados con la misericordia, que es divina, y por lo cual rompe la armonía y la paz que debían existir entre todo lo creado.

El descontrol actual de nuestras emociones es el mejor indicador de lo lejos que estamos de ese amor fraternal y de su unidad, sometidos a una violencia de todo tipo que solo nos grita sobre la ruptura de nuestra estructura espiritual, por la que debemos trabajar. Sin embargo, nuestra propia reconciliación la visionamos desde puntos de conflicto y destrucción.

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