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Mi Kabbala – Kislev 6, 5785 – Viernes 6 de diciembre del 2024.

¿Soplo?

El Texto de Textos nos revela en Génesis 1:2, “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu del Creador se movía sobre la faz de las aguas”.

Al hablar de hálito, aliento, viento o brisa, a los creyentes se nos lleva a la idea de ruah (רוח), rūḥ, soplar, soplo de vida en nuestro ser, donde el Espíritu del Creador nos alimenta y alienta, dando vida al polvo del cual fue tomado nuestro cuerpo; moléculas que vibran con Su palabra, la misma que ilumina nuestra mente y, con sus destellos, mueve nuestra voluntad para que cogobierne las interconexiones de este plano físico y permita buscar integrarse a Él a través de Su obra. Esta perspectiva nos incita a dejarnos guiar por ese fluir amoroso, en lugar de seguir nuestras búsquedas egoístas que solo nos llevarán a desperdiciar la oportunidad eterna que significa vivir.

El que todo esté inserto en esa cúpula de aire, que suponemos exterior, pero que nos llena con el oxígeno de vida, nos llama a nacer de nuevo, ya no desde el vientre de nuestra madre, rejem (רחם), sino desde la tierra, asumiendo cada acto de respirar como una integración permanente al hálito de vida del Creador. Esta transición nos obliga a un despertar continuo, donde forjamos nuestra voluntad y nos hacemos más conscientes de nuestras decisiones, gracias a la guía del Espíritu Santo que mora en nosotros. Así, en ese último aliento, renacemos retornando a Su lado.

La expresión Espíritu Santo, Ruaj Hakodesh (רוח הקודש), significa “soplo bendito” y nos ratifica que sin Él volveremos al polvo, quedando nuestra alma muerta, sin aliento. Este ánimo nos conduce a guiar nuestras coexistencias no desde un egocentrismo pecador, sino apoyándonos en estas analogías, metáforas, parábolas o conceptos abstractos que nos orientan hacia Él, Luz que es hálito y mora en nosotros. Esto es razón suficiente para dejar de creer en especulaciones o reflexiones incoherentes sobre nuestra esencia y enfocarnos en lo que nos dicta Su palabra.

Elías (Ēliyahū, אליהו), como profeta, nos recuerda que si Él está en nosotros, nuestro cuerpo es Su templo. Nuestro deber, además de percibirlo en cada inspiración de aire y en todas las decisiones tomadas dentro de Su obra, es coexistir armónicamente con el todo. Incluso nos enseña a evacuar de nuestro ser las impurezas que ya no nos son útiles. Esto explica nuestra presencia en este plano terrenal temporal, donde debemos reconocer esa esencia de vida que fluye con todo, complementándose con lo exterior, pero que se forja realmente desde lo interior.

Aquellos que enfocan sus vivencias en las confusiones que nos distraen, al final descubrirán que no superaron sus desafíos y que su voluntad los alejó aún más del Creador. Esto significa morir, ya que nuestra alma existe solo por Él y para Él. Esto implica que, al no recibir Su hálito de vida, nuestras existencias pierden su razón de ser y somos dominados por la inmundicia de la dimensión oscura, creada por Su contracción, que espera que nos acojamos a Su aura pacífica, digna y gentil, a Su haz de Luz (or, אוֹר), que con capa palpitar nos recuerda que debemos acogernos a Su armónica guía.

El Texto de Textos nos revela en Apocalipsis 22:16, “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.

Oremos para que el Espíritu Santo guie a cada instante nuestras vidas.

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