Mi Kabbala – Tamuz 25 – miércoles 31 de julio del 2024.
¿Cabello?
El Texto de Textos nos revela en Levítico 19:27, “No cortaréis en forma circular los extremos de vuestra cabellera, ni dañaréis los bordes de vuestra barba”.
Varios versículos bíblicos nos recuerdan que cada cabello de nuestro ser es contado por el Creador y, bajo esa lógica, la misma ciencia nos enseña que en cada molécula está presente nuestro ADN. Esto nos lleva a interpretar mejor, en diversas posturas, el simbolismo del cabello humano, שֵׂעָר (sear). Algunas mujeres cubren su cabeza con una pañoleta para reflejar su estado social de casada, mientras que en otras creencias no se corta el cabello al hijo varón por primera vez antes de los tres años, dejando crecer dos tirabuzones en ambas sienes. Otras perspectivas buscan que crezca la barba para reconectar cerebro y corazón.
Desde esa perspectiva, los judíos nos hablan de los nazareos, נָזִיר (nazir), seres segregados o apartados, que según estas costumbres no debían rasurarse. Esto se debe a que el pelo es considerado como una especie de kipá física, una corona anatómica de la magnífica creación divina, donde cada cabello es el último punto de una conexión perfecta con nuestros vasos capilares, llamados así por su parecido diametral con el de un cabello y que cumplen el rol de nutrir de oxígeno y otros componentes esa parte de nuestros seres, logrando así un crecimiento integral, señal del propósito divino de unidad.
El voto del nazareo debía cumplir con una serie de rituales y normas para poder considerarse apto, lo que suponía una profunda pero elevada experiencia mística, cuyas dinámicas apartaban a estos seres de la materia física para acercarlos más a la esencia divina. Así, los nazareos de aquellos días lo eran por un período no inferior a treinta años o toda una vida entregada desde el vientre de sus madres, como fue el caso del quizás más famoso de los nazareos: Sansón, שִׁמְשׁוֹן (Shimshon).
La misión de los nazareos les prohibía consumir o tocar productos derivados de la vid, tocar nada que estuviera muerto, fuera animal o persona, además de no cortar su cabello. Más allá de las complejidades poco comprensibles al respecto, debemos, como creyentes, saber que cada cabello de nuestro ser le pertenece al Creador y que en cada filamento o molécula de nuestro cuerpo hay transmisión de esa vida. No es gratuito entonces que el Talmud sugiera no cortar el cabello de los costados que crece entre las orejas y la sien, פֵּאוֹת (peyot), entendiendo así que estamos prestos a atender y escuchar las recomendaciones de nuestro Creador.
Son tradiciones, es cierto, que transfieren esos 613 preceptos de generación en generación, מִצְוָה (mitzvá), buscando con ello ofrendar sus existencias al Creador en pro de servirle. Nosotros, los creyentes, aunque no entendamos la labor de las peyot que se extienden desde la frente hasta detrás de las orejas, incluyendo la sien, estamos llamados a otorgar a nuestro Padre Celestial lo mejor de nosotros: nuestras vidas, promoviendo con ello relaciones fraternales que eviten agredir a nuestros próximos, sabiendo que Él tiene en cuenta cada cabello de nuestro ser, así como cada acción.
El Texto de Textos nos revela en Lucas 21:18, “pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. 19 Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”.
Oremos para que nuestra propia vida sea una ofrenda diaria al Creador.