Mi Kabbala – Tishrei 16, 5785 – Viernes 18 de octubre del 2024
¿Oramos?
El Texto de Textos nos revela en Isaías 12:2, “he aquí el Creador es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es el Creador, quien ha sido salvación para mí”.
Los conceptos de oración y servicio en hebreo, avodá (עֲבוֹדָה), están relacionados con esa visión de trabajo laborioso que, después del pecado, confundimos con un castigo. Sin embargo, Él nos llama a la tefilá (תפילה), entendida como la labor consciente de despertar el amor oculto dentro de nuestra mente y corazón, hasta alcanzar un estado de íntima comunión con lo divino. Esto significa que nuestras plegarias, bakashá (בבקשה), buscan Su favor para integrarnos física, mental y espiritualmente con Él a través de Su obra. Implica dedicarle los mejores momentos de nuestros días para alabarle y bendecirle, en lugar de quejarnos o pedirle.
Orar, o tefilá (תפילה), como conexión, nos recuerda a través del verbo que subyace al sustantivo, lehitpalel (להתפלל), que la introspección o el juicio propio es el camino. Por esta razón, las tradiciones jasídicas judías entienden la tefilá como una invitación a reflexionar sobre la unión entre nosotros, como criaturas, y el Creador, como hijos que se integran al Padre. Esto nos incita a reflexionar profundamente sobre cómo lograr esta unión, siendo la oración el primer camino para reencontrarnos con el bienestar de Su reencuentro.
Los judíos ortodoxos se refieren a esta comunión con las oraciones Shajarit (שחרית) en la mañana, dedicándole, en promedio, media hora a este encuentro; Minjá (מנחה) en la tarde, con aproximadamente siete minutos; y Maariv (מעריב) en la noche, unos diez minutos. Este tiempo de oración gira en torno a las palabras de la Amidá, complementadas con declaraciones más pequeñas antes y después, lo que denota que orar y dedicarle nuestros mejores espacios del día a Él implica buscar esa reconexión con nuestro Creador como propósito de vida.
Débora (דְּבוֹרָה), cuyo nombre significa “abeja” y quien fue la única juez mujer de Israel en la antigüedad, nos enseña la importancia de escuchar al Creador. Esto implica profundizar en la intención de desear unirnos con Él, quien nos otorga todo lo bueno y bello: nos satisface. Las búsquedas engañosas, impulsadas por deseos fragmentados, nos distancian de Él. Es necesario que nuestras plegarias se enfoquen en reintegrarnos a Él a través de Su obra, entregándole nuestra voluntad para que nuestras diarias peticiones no sigan siendo egoístas expectativas mercantiles.
Orar es sabernos parte de Su creación, recibir de Su luz para compartirla con nuestros próximos, y aclarar nuestra mente para reinterpretar las manifestaciones divinas hasta conmovernos, dándole un nuevo y dulce significado a nuestras existencias. Esa renovada visión de la vida, fruto de la sabiduría divina, nos lleva a reencontrarnos con esa conciencia celestial y con la otra realidad que no percibimos, pese a que estamos inmersos en ella, aunque imaginariamente aislados. Esto implica descubrir Su fortaleza, Kelah (כְּעֵלָה), para alcanzarlo aquí y ahora.
El Texto de Textos nos revela en Mateo 6:5, “y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
Oremos en todo momento y lugar, dando siempre gracias por todo y por todos.